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02 de abril de 2018

Semana Santa - Introducción

“Apresurémonos, fieles, a trasladarnos, como si fuera de una fiesta divina a una fiesta divina. De las palmas y los ramos, a concretar la Honorable Salví­fica Pasión de Cristo. Y para verlo soportando, voluntariamente, las dolencias por nosotros. Y con agradecimiento, cantémosle una digna alabanza exclamando: ¡Oh Fuente de Compasión y Puerto de Salvación, Oh Señor, Gloria a Ti!”

(De las oraciones de las Ví­speras, la tarde del Domingo de Ramos)

Estamos ante la “Semana Santa” O la “Semana de la Pasión” y es como el dí­a “Séptimo” en el cual se vierten los restantes “Seis” dí­as de la Creación y logran su plenitud, para llegar al dí­a “Octavo”, el dí­a de la Resurrección. La unicidad de la Semana Santa (desde ahora, con ello, nos referimos a la Semana de la Pasión y las Celebraciones de la Resurrección) es un asunto que debemos prestarle atención e insistir sobre ello, porque cada uno de sus acontecimientos está relacionado con el otro y de manera orgánica que no está separado del perí­odo de la preparación del Ayuno que lo anticipó, y del propio Ayuno y de lo que lo seguirá del resplandeciente acontecimiento de la Resurrección y la ascensión al Cielo del Señor Jesús y el descenso del Espí­ritu Santo sobre los discí­pulos y su acción en la vida de los fieles.

Esta vinculación entre todos los eslabones ‘la cadena’ en esta semana se pierde para con aquellos que presencian partes de estas oraciones -y decimos “presencian” y no participan- pues les parecen meras cultos y ritos, y su presencia hubiera sido de costumbre o obligación o tranquilidad de conciencia (por ejemplo como aquellos que presencian el Funeral de Cristo, o se acercan de la comunión el dí­a del Jueves Santo o el Sábado Santo, sin participar de la Divina Liturgia, y por una sola vez al año). Imaginemos que las oraciones de esta semana son como las etapas de una operación matemática, cada una de ellas es dependiente, para entenderla, de la anterior para llegar a la solución final (Y comparémosla con el Dí­a de la Resurrección) que sólo es inalcanzable. Sino digamos que todo el Ayuno es un perí­odo de aprendizaje para que pudiéramos “solucionar” esta operación, y habí­a sido en el principio un perí­odo, en el cual se intensifica la enseñanza de los catecúmenos para recibir el Bautismo en el glorioso Sábado Santo y purificados, participan de la Resurrección.

Sábado anterior a Domingo de Ramos celebramos la conmemoración de la resurrección de de la muerte, que Jesús realizó para con Su amigo Lázaro. Este acontecimiento no puede entenderse sino en el contexto de la Gran Semana; Y su nombre en la Iglesia Primitiva es “El Anuncio de la Resurrección” que anuncia la Resurrección del Señor y la anticipa: “Oh Cristo Dios, cuando resuci¬taste a Lázaro de entre los muertos, antes de Tu Pasión, confir¬maste la resurrección general...” (Himno de la Fiesta). Sabemos también que en la Iglesia, el dí­a sábado, generalmente, está dedicado a la conmemoración de los difuntos en el Señor (y en el Gran Sábado, Sábado de Gloria, descansa el Señor). Sábado de Lázaro nos revela la identidad del enemigo que dio vuelta a la Creación de Dios hacia la muerte y la corrupción. Esto está claro en la descripción que dio el Evangelista Juan al muerto Lázaro: “Ya huele” (Juan 11: 39), y la expresión querrá decir el mundo caí­do por el cual lloró Cristo, mientras Sus Lágrimas indican Su Amor Infinito, y el Amor es el Gran Poder que desciende al sepulcro --Es Dios Mismo (1ª Juan 4: 8), Que vivifica porque el amor genera la vida, mas Lázaro representa a cada uno de nosotros; La entrada a Jerusalén (Domingo de Ramos) anuncia el significado de la victoria, que es la victoria del Reino de Dios. En la Oración de la fiesta, una afirmación de nuestra participación en lo acontecido y no en su recuerdo “Por esto, nosotros también, como los niños, llevamos los sí­mbolos de la vic¬toria y del triunfo”. (Del cántico de la dos Fiestas - Sábado de Lázaro y Domingo de Ramos) Nuestras celebraciones litúrgicas (Es decir la adoración ritual comunitaria en el Templo), pues, convierte el recuerdo en veracidad, y se convierte en importante nuestra participación del Objetivo Salví­fico del acontecimiento, el Ahora y el Hoy (y estas dos expresiones se repiten mucho, no solo en esta semana, sino también en todos los servicios eclesiásticos a lo largo del año). Y de lo que intensifica “La Verdad” esta semana, son las lecturas evangélicas que le son asignadas, desde Sábado de Lázaro, y las que siguen la caminata geográfica y temporal de Jesús, como si la intención de ello es seguir al Maestro, estando nosotros con Él.

Los tres primeros dí­as después del Domingo de Ramos nos recuerdan del objetivo del Ayuno, que es la espera de la boda del alma con el Señor: “¡He aquí­ viene el Novio a medianoche!… Cuí­date, pues, alma mí­a, para no caer en sueño profundo,…” (Del Tropario de la oración del Novio). Las celebraciones de estos dí­as nos hacen recordar las otras dimensiones de la Pascua que es un transitar (Para los judí­os de la esclavitud en Egipto a la libertad de la tierra prometida pasando por el desierto de Sinaí­, y para nosotros de la esclavitud del pecado a la libertad en Cristo). La media noche simboliza el tiempo en que nosotros los cristianos vivimos. La Iglesia, pues, participa de las debilidades y tragedias del mundo, pero, a la vez, por Su Naturaleza, Ella no es de este mundo. Ella es la Novia de Cristo y su misión es revelar y anunciar la llegada del Novio. Su vida es una permanente espera mientras sus hijos son esclavizados por el mundo y por consiguiente, incapaces de la entrega absoluto a la Fuente del Amor absoluto, y esto lo vemos en el Exapostelarión de la fiesta: “Yo contemplo Tu Cámara Adornada, Salvador mí­o, y no poseo ningún vestido para entrar en Ella; ¡Haz resplandecer, pues, la túnica de mi almo, Tú que otorgas la luz y sálvame!”.

Esta espera debe ser acompañado por la humildad: “y no poseo ningún vestido…”. Pues después de la abstinencia y el arrepentimiento en el Ayuno, la Iglesia nos anuncia que dos virtudes nos faltaran en nuestra búsqueda de la Resurrección: la fidelidad y la vigilia. Por esto nos pone por ejemplo: el dí­a lunes a José él de excelsa belleza y a las sabias ví­rgenes el dí­a martes, cuando cantamos: “Venid, pues, hermanos, acompañémosle con conciencias puras”.

A partir de la tarde del lunes, la Iglesia se adorna con la tristeza sin que le sea ausente la alegrí­a de la esperada Resurrección; Y esto está bien notado en los tonos indicados para los cánticos de la oración del Novio que se cambian entre el Tono Octavo (la gravedad) y los tono Primero y Tercero (la alegrí­a). El Icono con que el Sacerdote hace la procesión durante la oración anuncia al Señor el Novio Cuya Cámara es Su Pasión, la que nos pone frente al acontecimiento por venir y que en verdad comienza ahora. La oración del Novio, la tarde del domingo son los Maitines del lunes (y el Oficio sigue siendo el servicio de los Maitines), ha sido puesta en la Tarde del dí­a anterior para que los fieles pudiesen participar de ello. Lo mismo es verás para con la oración del Novio las tardes de lunes y martes, el Oficio de la Crucifixión (Los Doces Evangelios) y el Funeral de Cristo (Las Lamentaciones), todos son oficios de los maitines del dí­a posterior, que han sido fijados así­ por la misma razón.

En la oración del Novio la tarde del domingo se lee un capí­tulo del evangelio de Mateo (Mateo 21: 18 - 43) y es la historia de la higuera que fue maldecida por el Señor, por su infertilidad; que indica al hombre creado para concebir y dar frutos espirituales y es incapaz de responder a Dios. En el Oficio del Novio del lunes seguimos la lectura de Mateo (Mateo 22: 15 - 46 y 23: 1 - 39) y escuchamos la reprensión del Señor a los Fariseos, es decir por la hipocresí­a cubierta por la religión para con aquellos que se creen lí­deres de las gentes y luz del mundo (Y es una experiencia, quizás habrí­a de caer en ella todo fiel o perseverante para con los servicios eclesiásticos y seguidor de la letra de la Ley). Pero en el Oficio del Novio del martes escuchemos del Evangelio según Juan (Juan 12: 17 - 50) sobre la negación a Cristo de parte de Pedro y el aumento gradual de la crisis mientras estamos llegando a la Crucifixión: “Ahora es el juicio de este mundo”. (Juan 12: 31)

En conjunto con las tres oraciones del Novio, celebramos el Oficio de los Santos Consagrados anteriormente durante las mañanas de lunes, martes y miércoles; Es un oficio puesto particularmente para la comunión de los fieles del Cuerpo y la Sangre del Señor, cuya consagración ha sido concretada en la Divina Liturgia del dí­a domingo (o sábado) anterior. La razón por la cual no se celebra la Divina Liturgia es el ambiente de vigilia que llena estos dí­as, mientras que la Divina Liturgia está ligada a la Resurrección y la alegrí­a, lo que impide la celebración de la Divina Liturgia todos los dí­as del Gran Ayuno, salvo los dí­as sábados y domingos. El sábado está siempre dedicado a los difuntos (Cono hemos anticipado) y domingo a la Resurrección del Maestro: el dí­a del Señor. Además, observamos que esta es la misma disciplina litúrgica (Ritual) de estos dí­as tal como estuvimos siguiendo durante los dí­as del Ayuno, como la Repetición de la Oración de San Efrén el Sirio “¡Señor, Soberano de mi Vida!…” y la celebración del Oficio de los Dones Anteriormente Consagrados y la lectura del los Salmos, pues todaví­a estamos, estos dí­as, en el perí­odo del arrepentimiento, el único que nos hace dignos de la participación de la Pascua del Señor en Su Transito de la Muerte a la Vida.

Durante la Liturgia del Lunes, leemos en Mateo (Mateo 24: 3 - 53) la conversación de Cristo acerca “del porvenir”, en ella nos da las señales del final del los tiempos, que la seguimos en la Liturgia del martes junto con los proverbios del “Final” y las ví­rgenes sabias que esperan al Novio (Mateo 24: 36 - 26: 1) (y recordémonos que el Matutino en estos tres dí­as se llama la Oración del “Novio”) y las que entraron en la cámara, porque sus lámparas simbolizan sus almas y las nuestras que están preparadas para recibir a Cristo, que con Su llegada anuncia el Juicio. La Liturgia del miércoles nos indica la manera para que seamos preparados, nos presenta la parábola de la mujer que untó a Jesús con rico perfume (Mateo 26: 6 - 16) es una figura del amor mezclado con el arrepentimiento que brota en ello, y que es el único que nos une a Cristo.

Jueves de mañana, acompañamos a Jesús en las últimas horas de Su Pasión. La Divina Liturgia comienza con las Ví­speras, principalmente se celebraba las primeras horas de la tarde, se trasladó a la mañana, para que el Oficio de la Crucifixión sea celebrado en su debido tiempo. Tres acontecimientos marcan esta Liturgia: La íšltima Cena de Cristo con Sus discí­pulos, el Lavado de sus pies y la Traición de Judas. El primero y el segundo acontecimientos manifiestan que la esencia de la salvación que el Señor nos otorga es el Amor. El tercer acontecimiento revela cómo nosotros retribuimos Su Amor con amar a otro: El dinero y el pecado. Uno de los himnos de los Maitines, llamado el “íkos” resume el significado de este dí­a: “Con temor, acerquémonos todos de la Mesa Mí­stica y con almas puras, recibamos el Pan Sagrado y perma¬nezcamos con el Maestro. Miremos como lava los pies de los discí­pulos y los seca con la toalla, y hagamos según lo que vemos, sometiéndonos los unos a los otros y lavando los pies los unos a los otros; porque el Mismo Cristo así­ ordenó a Sus discí­pulos y anticipó y les dijo. Pero Judas, el falso siervo entregador no escu¬chó y permaneció incorregible.”

El altillo en donde celebró el Señor la Cena de la Pascua es el alma de cada uno de nosotros, donde el Señor nos convoca a transitar por Él y hacia Él, de la esclavitud a la libertad. Él viene siempre hacia nosotros junto a Su Iglesia, los creyentes en Él. En el altillo se concreta el significado del lavado: La purificación interna que no podemos lograrla por nuestra propia fuerza, Lo convocamos, pues, a Él para lavarnos, para habitar en nosotros. Sus Palabras a Pedro aclaran el asunto: “Si no te lavo, no tienes parte conmigo” (Juan 13: 8). Nos pegamos a Él, cantamos, pues, en lugar del himno Querúbico (La alabanza angelical antes de la gran procesión en la Divina Liturgia): “…Recí­beme hoy -es decir cada dí­a en que comulgamos- participante de Tu Mí­stica Cena, Oh Hijo de Dios, Porque… No Te daré un beso traicionero como Judas”.

En la tarde, durante el Oficio de la Pasión y la Crucifixión, entramos en la oscuridad del viernes. En esta oración (y es, para recordar, los Maitines del viernes) “…Celebramos la Santa Pasión Salví­fica y Temible de nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo… y particularmente la Crucifixión y la Muerte que, voluntariamente, aceptó por nosotros. También celebramos la Confesión Salví­fica hecha por el agradecido ladrón que fue crucificado con Él” (del Sinaxárion del dí­a). El Oficio es prolongado por lo que contiene de Lecturas Evangélicas, largas en su mayorí­a. El objetivo es que sintamos el cansancio y participemos, aun con lo más mí­nimo, en lo que soportó el Señor. A cada Lectura Evangélica contestamos con la expresión: “¡Gloria a Tu Infinita Paciencia, Señor, Gloria a Ti!”

Salimos del templo llevando Su Dolor para regresar en la mañana, a bajarle de la Cruz al igual que José y Nicodemo. Cristo murió en vez de nosotros. Aceptó también el castigo que nos volvió por alejarnos de Dios, y por tomar para sí­ nuestra naturaleza, tomó, pues, todos los pliegues de averí­es en ella: “Destruyó a la Muerte por la muerte”. Con esto la Cruz se convierte en sacrificarse a uno mismo e instrumento de victoria.

La Mañana del viernes celebramos el Oficio de las Horas Reales, es un seguimiento preciso de las etapas de aquél dí­a, desde que Jesús fue colgado sobre la Cruz hasta lo que aconteció después de Su Muerte. En este dí­a no se celebra la Divina Liturgia y no se permite la comunión, porque la tristeza lo envuelve a todo y la Divina Liturgia, como anticipamos, tiene su dimensión de la Resurrección. Las Lecturas son del Antiguo Testamento y todas indican al Señor que vendrá, y en forma particular aquélla de la Profecí­a de Isaí­as. Después de las Horas directamente se celebra la Oración de las Ví­speras, y es conocida por “El Oficio de la Sepultura”, bajamos al Señor de la Cruz y en procesión lo llevamos en el Epitafio (que es una pieza de tela estampada sobre ella la imagen de Cristo yaciente), que será depositada en una parihuela adornada con flores, puesto encima el Evangeliario. Este Oficio se considera un oficio “transitorio” entre el viernes y el sábado, y desde el principio está puesta para que terminara en la hora que el cuerpo de Cristo ha sido bajado de la Cruz y depositado en el sepulcro.

El Funeral de Cristo, celebrado la noche del viernes, litúrgicamente pertenece al Sábado Santo, Sábado de Gloria: “Éste el sábado que excede las bendiciones, en el cual Cristo descansó”. En este dí­a celebramos “la sepultura del Cuerpo Divino y el descenso de nuestro Señor… al Hades, con el cual volvió nuestro género de la corrupción y lo trasladó a la Vida Eterna”. El sábado está apretado entre la tristeza del viernes y la alegrí­a del domingo, aunque está más allegado a la Resurrección. Notamos que el Oficio del Funeral está marcado con el sello de la alegrí­a, sea con relación a los Tonos (el primero y el Quinto) o al contenido de los cantos. Por ejemplo las partes de las Bendiciones (Evlogitarias) “¡Bendito eres Tú, Señor, enséñame Tus Mandamientos!” las mismas que cantamos los Maitines de los domingos a lo largo del año. Obispo, Sacerdote y Diácono, todos se revisten de sus ornamentos completos (esta es la única vez en la cual ocurre esto fuera de la Divina Liturgia, por la venerabilidad del acontecimiento) y rodean a la divina parihuela como a Mesa Sagrada, pidiendo de ella la Vida. El descendimiento del Señor al Hades es un asunto muy importante en nuestra doctrina ortodoxa, porque en aquél dí­a conquistó Cristo al reino del mal en su propio dominio y se anunció como Salvador para aquéllos que no tuvieron la suerte del anuncio antes de Su Encarnación. Esto aparece en las palabras de Mateo que “Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron… y se aparecieron a muchos” (Mateo 27: 52 - 53). Esto es una gran prueba del Ilimitado Amor del Señor.

La mañana del dí­a siguiente es anunciada a nosotros como inicio de la victoria, leemos, pues, el Evangelio (El Anuncio) de la Resurrección (Matero 28: 1 - 20). En él toda la creación es convocada para recibir la Luz que sale del sepulcro, y serán dispersadas las hojas de laureles en el templo, y estos has sido tradicionalmente la corona de los victoriosos y los reyes. En este dí­a se celebraba el bautismo de los catecúmenos y se revestí­an de una túnica blanca que simboliza un estado de pureza que ha sido lograda en Cristo por el nacimiento del hombre nuevo por la Resurrección. Por eso cantamos “Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo.” (Gálatas 3: 27), y esto es lo que hacemos durante toda la semana de Pascua conocida por “Semana de la Renovación”, como lo indica el sello bautismal de estos oficios. Pero la expresión de la bendición en la Divina Liturgia de Sábado de Gloria, que se celebraba tradicionalmente en la ví­spera, no menciona el hecho de la Resurrección porque todaví­a no ha sido anunciada.

Finalmente llegamos al Domingo de la Pascua, “Fiesta de las fiestas y Temporada de las temporadas”. Comenzamos con el canto del Canon que pertenece, por la monotoní­a de sus entonaciones y su vacancia de cualquiera indicación a la Resurrección, a la Semana de la Pasión. Este Canon termina con la convocación a los fieles, de parte del Obispo o del Sacerdote: “¡Venid, recibid luz de la Luz que no tiene ocaso y glorificad al Cristo que se levantó de entre los muertos!”. Dice esto llevando una vela encendida y revestido de ornamento blanco que simboliza la alegrí­a. Acto siguiente es la salida del Templo para que cerraran las puertas y comienza lo que se acostumbraron a llamarlo por “Al-Haymeh” (el Ataque nocturno de Sorpresa), expresión tomada del Oficio de la Consagración de un nuevo Templo, y muy querida por el pueblo antioqueno por lo que lleva de significados y júbilo. Invadir al Templo sí­mbolo de victoria y de triunfo. La Pascua es el Centro del año Litúrgico, y todas la fiestas movibles son fijadas partiendo de Ella.

Es de notar que “La Semana de Renovación” se considera, litúrgicamente, como un solo dí­a, en él, sucesivamente se cantan los tonos eclesiásticos, y son ocho, un tono por dí­a, como si la semana es un ciclo perfecto y una sola celebración. Maitines y Divina Liturgia cada dí­a en ella, es exactamente al igual que el que le anticipó, con la deferencia de los himnos pertenecientes a un tono particular, como si el propósito del acontecimiento de la Pascua sobrepasa el tiempo para anunciar al Dí­a Octavo como dí­a eterno cuya luz no tiene ocaso. El dí­a de la Pascua se reza sobre los huevos, y el huevo es un sí­mbolo de la vida escondida en la cáscara y dispuesta a salir. Y desde aquel dí­a desaparecen todas las expresiones de salutación entre nosotros hasta el Jueves de la Ascensión, y la Expresión: “Cristo Resucitó” se convierte en nuestro júbilo y nuestra ley, exclamemos, pues con alegrí­a: “¡Verdaderamente Resucitó!”

Extraí­do del sitio web del Patriarcado de Antioquí­a en Argentina
www.acoantioquena.com

 
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