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07 de enero de 2019

¡LOS FELICITO A TODOS CON LA NATIVIDAD DE CRISTO Y EL Aí‘O NUEVO!

¡A todos mis queridos sacerdotes, diáconos, lectores, coreutas, colaboradores parroquiales y a todos los feligreses, hijos de la Iglesia Ortodoxa Rusa en el Extranjero de la Diócesis de América del Sur les deseo de todo corazón, sinceramente, festejar la fiesta de la Natividad de Cristo con alegrí­a espiritual, en paz, buena salud y comunión de los Santos Sacramentos de Cristo!

Quiero compartir con ustedes la Epí­stola de Navidad de mi Abba, el inolvidable Arzobispo Averky, en la cual nos explica perfectamente el espí­ritu de apostasí­a del tiempo que vivimos.

¡LOS FELICITO A TODOS CON LA NATIVIDAD DE CRISTO Y EL Aí‘O NUEVO!

Su afectuoso e indigno
+ Obispo Gregorio

EPíSTOLA ARQUIPASTORAL

Para la fiesta de la Natividad de Cristo –
25 de diciembre de 1969.

“Pero cuando se cumplió el plazo, envió Dios a su Hijo Primogénito” (Gálatas 4,4)

Una vez más, queridos hermanos y hermanas en el Señor, escuchamos en nuestros templos las palabras de San Pedro, el Gran Apóstol de los paganos, las cuales nos brindan una profunda consolación, otra vez nuestros corazones palpitan de inefable celestial alegrí­a cuando escuchamos los cantos navideños llenos de regocijo: “¡Cristo ha nacido, glorificadlo! ¡Cristo viene del cielo, recibidlo!...” “Pero cuando se cumplió el plazo” – ¿qué significa “se cumplió el plazo”? – Esto significa “cuando se cumplió la plenitud del tiempo predeterminada por Dios desde la eternidad”, cuando se terminó el tiempo de la vida insubordinada de los seres humanos sin Dios, según los caprichos de sus corazones pervertidos. Los hombres no podrí­an seguir viviendo de esta forma. Realmente, la historia nos muestra que para el momento del advenimiento de Cristo, el Redentor, la humanidad se encontraba en un callejón espiritual sin salida. La maldad se agravó hasta tal grado que a los seres humanos no les quedaba más que reconocer su absoluta impotencia para poder organizar en la tierra una vida más o menos aceptable sin Dios, sin la ayuda sobrenatural desde las alturas. La fe en los dioses paganos estaba quebrantada. Los intelectuales la consideraban una invención de la imaginación popular, los mismos sacerdotes a veces no podrí­an contener la risa mientras realizaban distintos ritos paganos. Y como la religión es la única rienda segura para los móviles sórdidos de la naturaleza humana, conjuntamente con la religión cayó también la moralidad. Ya no quedó nada de las antiguas virtudes del mundo greco-romano: todo se redujo a la burda codicia, lujo, molicie y concupiscencia. No habí­a vicio, libertinaje del más bajo, delito más abominable que no se practicara audaz y abiertamente por todos, a cada momento y por doquier. Los escritores de aquella época describen con elocuencia el estado tenebroso del mundo de aquel entonces. Las mejores personalidades de aquella época literalmente perdí­an el aliento en la espantosa atmósfera de irreligiosidad y depravación moral y a viva voz manifestaban que no se podí­a seguir viviendo así­, que no existí­a salvación para los seres humanos, si el mismo Dios no descendí­a a la tierra para salvar a los hombres de la terrible catástrofe que claramente se acercaba. En este sentido es notable la confesión de uno de los famosos filósofos de la época pagana quien escribió: “No habrá orden en la tierra salvo que el mismo Dios, oculto en la imagen humana, nos explique cómo debe ser nuestra relación con Él y cuáles son nuestros deberes mutuos del uno con el otro”.

Y finalmente, se cumplió lo tan esperado por todos.

Cuando la humanidad llegó hasta el lí­mite extremo de su caí­da y confesó su incapacidad absoluta, “envió Dios a su Hijo Primogénito”.

Se cumplió “el gran misterio de la piedad – Dios se manifestó en la carne” y “vivió entre los hombres”. Él enseñó a los hombres cómo tienen que creer en Dios y cómo tienen que vivir para salvarse y heredar, después de la precaria muerte corporal, la vida eterna e imperecedera, la felicidad eterna y sin fin en comunión con Dios. Él fundó en la tierra Su bendito Reino – Su Iglesia, donde prometió estar hasta la consumación de los tiempos. Él llama a Su Iglesia a todos los sufridos y agobiados, prometiéndoles la paz, la quietud y el renacimiento espiritual para una nueva y mejor vida en Él. Y realmente Dios otorga todo esto a través de la gracia del Espí­ritu Santo que se encuentra en la Iglesia, convirtiendo a quienes creyeron en Cristo en una “nueva criatura”.

Pero ¿qué observamos en el tiempo que vivimos?

Otra vez la humanidad pierde la razón.

Pareciera que los hombres que ya entendieron una vez y por siempre su incapacidad absoluta, su inhabilidad de organizar una vida más o menos soportable sin Dios, y que ya probaron toda la dulzura de la vida en Dios y con Dios a través de la Santa Iglesia, en su orgullosa confianza desmedida en sí­ mismos, ahora están tratando de crear en la tierra un especie de ilusoria prosperidad para todos y sin Dios.

Delante de nuestros ojos, estos pretenciosos altaneros ya lograron llevar a toda la humanidad a otro callejón espiritual sin salida y rápidamente la arrastran al abismo de la terrible caí­da, a la terrible catástrofe mundial.

La tenebrosa y siniestra imagen del estado religioso-moral del mundo actual que horroriza el alma nos hace recordar claramente la situación en la tierra de hace veinte siglos atrás, antes de la llegada al mundo de Cristo, el Redentor. Pero ahora todo esto es incomparablemente peor y horrible. Porque aquel mundo era pagano, no conocí­a al Dios Verdadero y Su Cristo, mientras que el mundo actual es apostata, se alejó de Cristo y de Su Verdadera Iglesia.

Es por eso que la insolente falta de fe de hoy que llega hasta la feroz lucha contra Dios, el libertinaje cí­nico y sinvergíüenza, la maldad mutua que crece dí­a a dí­a, y la deshonestidad son especialmente delictivos y se corrigen o curan con mucha dificultad.

Ya no va a venir Cristo para salvarnos. Para esto ya vino una sola vez y nos indicó una vez y por siempre el camino eterno e invariable hacia la salvación. Quienes obstinadamente no quieren seguirlo, deben acusarse a sí­ mismos por su propia perdición.

Ahora Cristo vendrá otra vez – pero ya no para salvar el mundo sino para juzgarlo. La primera vez Él vino humildemente, pero ahora vendrá “con majestad, acompañado de todos sus ángeles” (San Mateo25, 31). No será más el descenso benéfico de Dios a la gente infeliz, perdida y desesperada por su salvación que no conocí­a a Dios, sino será el Temible Tribunal sobre los altaneros pecadores que conocen a Dios pero conscientemente rechazan Sus leyes.

¡Cuántos signos claros de la cercaní­a de Su Segunda Venida, que nos fueron indicados en el Santo Evangelio y predichos por los santos padres de la Iglesia vemos últimamente!

Los enemigos de Cristo trabajan intensamente ahora para erradicar de la gente la fe verdadera en Cristo y crear en el mundo lo más rápido posible las condiciones que favorezcan la entronización del anticristo que debe aparecer antes de la Segunda Venida de Cristo. “Según las enseñanzas de los Santos Padres, el anticristo no se presentará contra la voluntad de Dios. En los planes de Dios para el mundo también están incluidos él, su preparación y las consecuencias de todo esto. No es porque Dios desea este tipo de mal para la gente, sino porque la gente se llevará a sí­ misma hacia esto. Dios retrasó este momento lo más posible, esperando que aparezca alguien más que quiera convertirse a Él. Cuando ya no haya nadie a quien esperar, el Señor apartará la mano que reprime el mal, y éste se extenderá, y el anticristo se manifestará” (Obispo Teófano – Interpretación de la Carta a los Colosenses, p. 505).

Pero para los verdaderos fieles a Cristo, dispuestos a sufrir y hasta morir por Él, esto no será tan horrible. Porque como dice el mismo Cristo, por ellos “se abreviará aquel tiempo” (Mt.24, 22). Cuando venga otra vez al mundo, “destruirá el Señor (al anticristo) con el aliento de Su boca” (2 Tes.2, 8), el mal será terminantemente vencido y aparecerán “un cielo nuevo y una tierra nueva en los que habitará la verdad” (2 Pedro 3, 13).

Entonces, como nos enseña la Santa Iglesia, el tiempo de la aparición del anticristo depende fundamentalmente de nosotros mismos. Si tenemos arrepentimiento verdadero, si cambiamos nuestras vidas y nos dirigimos a Dios, Él lo pospondrá. Rusia también puede resucitar y renacer para la vida nueva, pero también siempre que haya en el pueblo ruso tal arrepentimiento, aunque sea para la apocalí­ptica “media hora”, porque todo lo que está predicho en las Sagradas Escrituras tiene que cumplirse.

De todos modos, queridos hermanos y hermanas en el Señor, nuestro sagrado deber es, mientras que festejamos ahora despejadamente y con alegrí­a la primera venida al mundo de Cristo, el Redentor, dirigir nuestras mentes a Su Segunda Gloriosa y Temible Venida, que se acerca consecuentemente con cada año nuevo y en ese momento cada uno de nosotros “se glorificará o se avergonzará de sus hechos”. Según la enseñanza de la Santa Iglesia, todo el destino, todo el sentido y la justificación de nuestra precaria vida terrenal consiste en esa permanente preparación espiritual de uno mismo para el encuentro con Dios.

Debemos tratar de prepararnos para recibir al Señor no con miedo animal, como los siervos despreciados que no cumplieron la voluntad de su señor, sino con alegrí­a y amor, con la consciencia limpia, como los hijos fieles a Él, porque desde el momento en que el Señor vino por primera vez al mundo y cumplió la gran causa de la redención del género humano nosotros, verdaderamente fieles cristianos, ya no somos siervos sino hijos, según nos enseña en la lectura de hoy el santo Apóstol, y “si eres hijo, eres heredero por disposición de Dios” (Gálatas4,6-7).

¡Los felicitamos a todos vosotros, queridos hermanos y hermanas en el Señor, con la gran y regocijante fiesta, y de todo el corazón les deseamos pura y luminosa alegrí­a por el Niño Dios Jesucristo, nacido en Belén para nuestra salvación!

 
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