29 de mayo de 2015
El domingo de Pentecostés
En el séptimo domingo después de Pascua se conmemora la fiesta de Pentecostés. Pentecostés (del griego pentekosté heméra) “el quincuagésimo día”) describe la fiesta del quincuagésimo día después de la Pascua. Durante esta fiesta se celebra el descenso del Espíritu Santo y la fundación de la Iglesia, por ello también se le conoce como la celebración del Espíritu Santo y del Nacimiento de la Iglesia. En el ciclo litúrgico es una de las grandes fiestas y ocupa el lugar más importante después de Pascua y Navidad. Al finalizar la Divina Liturgia realizamos las “Postraciones de Pentecostés” una serie de oraciones consagradas a invocar la presencia, ayuda y sostenimiento a la Iglesia de parte del Espíritu Santo.
El fondo histórico de tal celebración se basa en la fiesta semanal judía llamada Shavuot (fiesta de las semanas), durante la cual se celebra el quincuagésimo día de la aparición de Dios en el monte Sinaí, por lo tanto en el día de Pentecostés también se celebra la entrega de la Ley (mandamientos) al pueblo de Israel.
De múltiples formas y maneras, utilizando imágenes y semejanzas unas veces, y en forma muy concreta, otras, el Señor prometió el don divino del Espíritu Santo. A sus discípulos dijo que no los abandonaría: “Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador que estará con vosotros para siempre: El Espíritu de Verdad” (San Juan 14:16-17). El dará el Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, quien dará a conocer y enseñará la verdad a los hombres:“Cuando venga el Consolador que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (San Juan 15:26). Y todo se cumple, maravillosa y divinamente.
Cincuenta días después de su gloriosa Resurrección y a diez de su divina Ascensión, “estando todos juntos en un lugar” (en el mismo sitio en donde se efectuó la Cena Mística), se produjo repentinamente un ruido proveniente del cielo, como de un viento impetuoso, que llenó toda la casa donde se encontraban reunidos los apóstoles, discípulos y demás creyentes. Cuando, al mismo tiempo, aparecieron como lenguas de fuego que se posaron, descansaron, sobre cada uno de ellos, “quedando todos ellos llenos del Espíritu Santo”.
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