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08 de julio de 2015

El icono de la Madre de Dios 'de Las Tres Manos'

El suceso relacionado con la aparición de este í­cono pertenece al número de enormes milagros y misericordias otorgadas por la Madre de Dios al género humano. Este í­cono manifestó su gloria durante el perí­odo iconoclasta.

En el año 716 ascendió al trono bizantino el cruel emperador iconoclasta, León el Isáurico. Por su mandato, los soldados recorrí­an las casas en busca de í­conos, se apropiaban de ellos y los quemaban. A aquellas personas que veneraban í­conos se las martirizaba y mataba.

En aquella época Juan, primer ministro del califa de Damasco, y quien ejercí­a una gran influencia sobre su gobernante, se manifestó celoso defensor de la veneración de í­conos. A sus numerosos conocidos en Grecia les enviaba cartas en las cuales demostraba, basándose sobre las Sagradas Escrituras y la Tradición de los Santos Padres, que era correcto venerar los í­conos. Las cartas inspiradas de Juan Damasceno eran transcriptas y pasadas de mano en mano, así­ se difundieron ampliamente en Grecia, y con ello favorecieron en gran manera al fortalecimiento de los ortodoxos en la verdad y en el descubrimiento de la herejí­a.

Con el deseo de exterminar a Juan, para privar con ello a la Iglesia de un defensor invencible de la veneración de los í­conos, el hipócrita emperador León se decidió a dar un paso terrible. Le ordenó a un escribiente hábil que estudie la letra de Juan y luego le dio a escribir una carta falsificada de Juan al emperador, en la cual ofrecí­a traición. En la carta, Juan informaba a León que los arracenos custodiaban la ciudad de Damasco en forma descuidada y que el ejército imperial podí­a dominarla sin ningún esfuerzo y que él, Juan, ayudarí­a al emperador en ello. El emperador envió al califa esta misma carta falsificada diciendo que, a pesar de la persuasión de Juan, él deseaba vivir amistosamente con el califa y recomendaba ejecutar al Damasceno.

Las personas se someten con facilidad a los malos sentimientos. Ni la fidelidad, ni el diligente servicio de Juan inspiraron en el califa el pensamiento de comprobar primero la acusación.

Inmediatamente ordenó cortar la mano derecha de Juan, con la cual habí­a escrito, según su opinión, el plan de la traición; y colgarla en la plaza de la ciudad. Juan sufrió cruelmente tanto por el dolor fí­sico, como por la inmerecida ofensa moral. A la noche mandó pedir al califa que le devuelva la mano que le fue cortada, diciendo que se sentirí­a mejor si la guardaba. El califa accedió.

Juan se encerró en su habitación, apoyó la mano cortada al brazo y se retiró a una profunda oración. El, literalmente, vio a la Soberana Madre de Dios, habló con ella y le rogó. El habló acerca de su constante veneración hacia Ella y sus í­conos, y de cómo provocó el odio del emperador León por la defensa de la veneración de los mismos. Dijo que todo le es posible a Ella y prometió que si la Santí­sima Doncella le concedí­a la curación, él utilizarí­a su mano para la escritura de obras que glorifiquen a la Soberana.

En ese momento Juan se durmió. En su sueño apareció la Madre de Dios y le dijo: 'Estás curado. Trabaja con tu mano asiduamente'. Según la Tradición, el agradecimiento de Juan a su milagrosa Curadora fluyó en el hermoso himno:'Por Ti se regocija, llena de gracia, toda la creación'.

La noticia de la curación de Juan se esparció por Damasco, el califa reconoció su culpa y le pidió a Juan que vuelva a ocuparse de los asuntos de estado. Pero Juan, agradecido, decidió entregar todas sus fuerzas al servicio de Dios. Se retiró al monasterio de San Sava el Iluminado y fue tonsurado.

Llevó consigo el í­cono delante del cual habí­a recibido la curación y en memoria del milagro, agregó a la parte inferior una imagen de una mano de plata, de allí­ el nombre 'de las tres manos'. Hasta el siglo XIII el í­cono se encontraba en este monasterio, luego San Sava, arzobispo de Serbia, lo trasladó a su patria.

Durante el ataque de los turcos a Serbia, los ortodoxos colocaron el í­cono sobre un asno y largaron al animal sin guí­a. El asno llegó solo al monte Athos y se detuvo delante de la puerta del monasterio de Jilendar. Los monjes tomaron el í­cono como un gran don. En el lugar donde se detuvo el asno fue erigido un monumento, y allí­ todos los años se realiza una procesión.

Murió el abad de dicho monasterio. La hermandad debí­a elegir un nuevo abad. Cuando comenzaron a designar y nombrar a los candidatos dignos, se produjo una división y una querella entre los hermanos.

La Madre de Dios se apareció a un anacoreta y le anunció que Ella misma deseaba ser la Abadesa del monasterio y como signo de ello el í­cono 'de las tres manos', que hasta ese momento se encontraba en el altar, se trasladó milagrosamente al centro de la Iglesia, el lugar del abad. Hasta hoy dí­a el monasterio de Jilendar lo dirige un vicario, un ieromonje, quien durante los oficios se ubica cerca del lugar del abad, donde se encuentra el í­cono 'de las tres manos'. Los oficiantes veneran el í­cono y así­ reciben la bendición como si la recibieran del abad mismo.

Durante aproximadamente 9 años, en la época de la guerra ruso-turca, los turcos se adueñaron del monte Athos. Pero el monasterio de Jilendar quedó fuera de su dominio. Decí­an que los turcos con frecuencia veí­an una misteriosa Mujer inaccesible para las manos humanas que custodiaba las paredes.

El í­cono mide 93 cm de alto x 66 cm de ancho. El rostro de la Madre de Dios es claro e inspira devoción al alma del que lo mira. En Rusia este í­cono es muy venerado y está difundido en muchas copias.

 
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