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10 de octubre de 2016

La Exaltación de la Cruz de Nuestro Señor

Sermón del metropolitano Filareto

Hoy glorificamos la Vivificante Cruz. No está de más, hermanos, recordar cómo nos enseñan a ver la Vivificante Cruz y a llevar nuestra cruz tanto la Iglesia, como los Santos Padres y Maestros de la piedad.

San Teófano el Recluso, gran maestro de la fe y la piedad de nuestro pueblo, decí­a que la Cruz de Cristo tiene tres componentes. La cruz que el cristiano debe llevar en su vida, también está compuesta de tres elementos, al igual que el madero de la Cruz, que como ya lo decí­an las profecí­as fue hecho de tres tipos de madera. Lo mismo ocurre con el hecho de llevar nuestra cruz, que también tiene tres aristas que se funden en una.

La primera cruz, es la cruz de la humanidad caí­da. El santo apóstol Pablo se expresó al respecto de manera breve, precisa y fuerte cuando hablaba de sí­ mismo: «Porque no hago el bien que quiero; sino al contrario, el mal que no quiero, eso practico» (Romanos.7:19). El hombre es prisionero de su pecado, y ese es el pecado de la humanidad caí­da del cual nadie puede escapar y sobre el cual San Teófano el Recluso también dijo: «Imagí­nense una persona que tiene atado a sus espaldas un cadáver en corrupción hediondo: no importa a dónde vaya, no se podrá escapar de esa terrible corrupción fétida. Ella lo seguirá sin tregua».

La segunda cruz, es la que generalmente entendemos como la cruz de la vida diaria: el la suma de todas las penas, todas las molestias, todos los problemas de los que está colmada nuestra vida. Esto es lo que entendemos por “llevar la cruz”. Pero esto no es todo. Como dicen los Santos Padres: el hombre está rodeado de penas, enfermedades y pesares. Tan pronto él se entrega a la voluntad de Dios con todo su corazón y con toda su alma, diciendo que Dios hace siempre lo bueno, y por eso, no importa qué nos mande Dios en este camino penoso, se debe tomar como un bien, apenas el hombre lo diga en su corazón (como decí­a San Teófano) todo desaparecerá como por arte de magia. A su alrededor nada cambió: siguen las mismas penas y las mismas preocupaciones, pero el que cambió es él, y todo lo ve y lo entiende de otro modo. Así­ debe actuar el ser humano, con la firme convicción de que su Padre Celestial no le dará una piedra en lugar de pan. Si le manda una cruz y pesares, eso significa que eso nos es necesario y es para nuestro bien. Más de una vez cité las maravillosas palabras de San Ambrosio de Optina. Él decí­a: «Lo que será, será; y será aquello que Dios disponga, y Dios todo lo hace bien».

Sobre el segundo tipo de cruz decí­a San Teófano con su caracterí­stica profunda humildad: «Esa cruz sólo es conocida por aquellos que ya están en un nivel espiritual muy alto. Por aquellos que ya superaron todas las tentaciones y por ello, fácilmente supera todas dificultades. Pero hay tentaciones superiores, la tentación del orgullo, de considerarse mejor que los demás, y superiores en esfuerzos y logros. Esa cruz es la más pesada y la conocen sólo aquellos que, con esfuerzo, la han superado». San Teófano dice que los cristianos debemos ser cruzados. Ayer decí­amos que la vida del hombre empieza debajo de la cruz: lo bautizan y le entregan su crucecita al momento mismo de su ingreso al luminoso sacramento del bautismo. Cuando lo entierran, también lo acompaña aquella cruz que tomó, y sobre su tumba también se coloca una cruz, para indicar que allí­ yace un fiel cristiano. Recordemos esto, amados mí­os, y llevemos nuestra cruz, aquella que nos fortalece y nos salva en las dificultades de la vida. No olvides, alma cristiana, la fuerza de la cruz y que el Señor con la fuerza de Su Cruz, siempre te guardará de todo mal. Amén.

 
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