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22 de marzo de 2017

Domingo de la Cruz

En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo.

A medida que avanzamos más y más profundamente en las semanas de Cuaresma, podemos decir con una creciente sensación de gratitud y de alegrí­a, de un gozo sereno y exultante las palabras de un salmo: 'Mi alma vivirá, y con gratitud le daré gloria al Señor'.

En la primera semana de Cuaresma hemos visto todas las promesas de salvación dadas en el Antiguo Testamento cumplidas: Dios se hizo hombre, la salvación ha llegado y todas las esperanzas son posibles. Y luego, en la segunda semana de Cuaresma, tuvimos la proclamación gloriosa de todos los santos de la cristiandad de que no sólo Dios vino y habitó en medio de nosotros, sino que nos derramó sobre nosotros, en la Iglesia y en cada alma humana dispuestos a recibirle la presencia, el don transformador del Espí­ritu Santo que nos hace gradualmente comunión cada vez más profunda con el Dios Viviente hasta que un dí­a nos hacemos partí­cipes de la naturaleza Divina.

Y hoy, si nos preguntamos, '¿Pero cómo? ¿Cómo podemos ser perdonados, cómo se puede deshacer el mal?' - un paso nos lleva a profundizar en la gratitud, más profundo en la alegrí­a, más profundo en la certeza cuando tenemos en cuenta, cuando contemplamos la Cruz.

Hay un pasaje del Evangelio en el que se nos dice que cuando Cristo habló de la salvación y de sus condiciones, Pedro le dijo: '¿Quién puede ser salvado?' - y Cristo respondió: '¡Lo que no es posible para los hombres es posible para Dios!'. Y Él mismo vino; La plenitud de Dios permaneció en una persona humana, y Él tiene poder para perdonar porque Él es la ví­ctima de todo el mal, toda la crueldad, toda la destructividad de la historia humana. Porque, de hecho, nadie más que la ví­ctima puede perdonar a aquellos que han traí­do el mal, el sufrimiento, la miseria, la corrupción y la muerte en sus vidas. Y Cristo no sólo perdona a Sus propios asesinos, cuando Él dice: 'Padre, perdona - no saben lo que están haciendo': Él va más allá de esto, porque Él habí­a dicho: 'Todo lo que has hecho a uno de Mis pequeños hermanos y hermanas, me lo has hecho a Mí­, no sólo en el bien, sino en lo peor: porque en la compasión, en la solidaridad, se identifica con todo enfermo: la muerte, el dolor, la agoní­a de cada uno de los que sufren es Suya también. Y así­, cuando ora, 'Padre, ¡perdón! Ellos no saben lo que están haciendo, lo que han estado haciendo', Él ora por cada uno de nosotros no sólo en Su propio nombre, sino en el nombre de todos aquellos a quienes el mal ha visitado a causa del pecado humano.

Pero no es sólo Cristo el que perdona; Todo el que ha sufrido en el alma, en el cuerpo, en el espí­ritu, - todo el mundo está llamado a conceder la libertad a los que le han hecho sufrir.

Y así­, podemos ver por qué Cristo dice: 'Perdona para que te perdonen' porque tanto la ví­ctima como el culpable están atados en un nudo de solidaridad y responsabilidad recí­proca. Sólo la ví­ctima puede decir: 'Señor, perdónalo, perdónala', y sólo entonces el Señor puede decir: '¡Yo sí­!'.

Pero ¿te das cuenta de cuál es la responsabilidad que pone a cada uno de nosotros con respecto a todos? Pero también la profundidad, la gloriosa profundidad de la esperanza que se abre a nosotros cuando miramos a la Cruz y vemos que en solidaridad con toda la humanidad Cristo tomando sobre sí­ todos los sufrimientos del mundo, aceptando morir una muerte imposible ha dicho en el Nombre de todos los enfermos, '¡Sí­, perdonamos!'

Este es un paso más hacia la libertad, este es un paso más hacia el momento en que nos enfrentaremos a la resurrección de Cristo que nos engulle también porque el Cristo resucitado ha resucitado y está ofreciendo a todos y cada uno de nosotros la plenitud de la vida eterna.

Y otra vez, y de nuevo podemos decir que la Cuaresma es una fuente de una nueva vida, un tiempo nuevo, un tiempo de renovación, no sólo en el arrepentimiento, sino en ser tomado por Cristo mismo como el pastor tomó la oveja perdida, El Señor tomó Su Cruz, la llevó al lugar de la muerte, y deshizo la muerte, deshizo el mal por el perdón y dio Su vida. Una vez más nos enfrentamos a otro paso de nuestra libertad y de la novedad. Entramos cada vez más en este misterio, en esta maravilla de la salvación, y nos regocijamos en el Señor, y regocijándonos, paso a paso, cada vez más, expresemos también nuestra gratitud por la novedad de la vida. ¡Amén!

 
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