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27 de mayo de 2018

El descenso del Espí­ritu Santo sobre los Apóstoles y el nacimiento de la Iglesia de Cristo

La Fiesta de la Santí­sima Trinidad es llamada Pentecostés porque el descenso del Espí­ritu Santo sobre los Apóstoles ocurrió en el quincuagésimo dí­a después de la Resurrección de Cristo. La fiesta de Pentecostés cristiana incluye dos celebraciones, uno en honor de la Santí­sima Trinidad y el otro en honor del Espí­ritu Santo que visiblemente descendió sobre los Apóstoles y selló el nuevo testamento eterno de Dios con la humanidad. El primer dí­a de Pentecostés, siempre un domingo, la Iglesia lo dedica principalmente a la gloria de la Santí­sima Trinidad y es popularmente conocido como Dí­a de la Trinidad. El segundo dí­a se dedica a la gloria del Espí­ritu Santo, y por consiguiente es conocido como el Dí­a del Espí­ritu.

Justamente con el descenso del Espí­ritu Santo sobre los Apóstoles, es que comenzó a existir la Iglesia de los primeros cristianos. A partir de la historia de la Iglesia y del Libro de los Hechos de los Apóstoles sabemos que la Iglesia aún estando presente en este mundo que describe el Apóstol: “todo el mundo está puesto en maldad” (1 Juan 5:19), estaba separada y no se fundí­a con él. En el Libro de los Hechos, por ejemplo, cuando se describe cómo nació la Iglesia, que ninguno de los ajenos (es decir, los no cristianos), no se atreví­an a unirse a ellos, solo lo hací­an aquellos que, glorificando en ellos a Dios, veí­an y valoraban la vida cristiana y cómo viví­a y glorificaba a Dios esta primera Iglesia. Por supuesto, ellos se distinguí­an del mundo circundante porque ellos cumplí­an todos los santos mandamientos de Cristo, los mandamientos de la Iglesia y sus reglas, lo cumplí­an con fervor, rigor y exactitud, pero con alegrí­a.

Dios se revelaba a los hombres paulatinamente, en los tiempos del Viejo Testamento los hombres conocí­an sólo a Dios Padre. Desde el nacimiento del Redentor, los hombres tomaron conocimiento de Su Hijo Unigénito, el dí­a del descenso del Espí­ritu Santo, los hombres reconocieron la existencia de la tercera Persona de la Santa Trinidad, y así­ aprendieron a creer y glorificar al Dios íšnico en Su esencia y triple en Sus manifestaciones: Padre, Hijo e Espí­ritu Santo - La Trinidad íšnica y indivisible.

En Pentecostés la Iglesia acerca a sus hijos al umbral de la vida en gracia y los llama a renovar y fortalecer en ellos los dones del Espí­ritu Santo, que recibieron en el Sacramento del Bautismo. Sin la gracia de Dios es imposible la vida espiritual. Esta fuerza misteriosa renueva y transfigura todo el mundo interior del cristiano. Todo lo elevado y valioso que uno puede desear es dado por el Espí­ritu Santo. Por eso la Festividad de la Santa Trinidad se vive tan solemne y gozosamente por el cristiano ortodoxo.



El acontecimiento del descenso del Espí­ritu Santo

El descenso del Espí­ritu Santo sobre los Apóstoles el dí­a de Pentecostés, está descrito por el evangelista Lucas en los capí­tulos iniciales en su libro de los 'Hechos de los Apóstoles.' Dios quiso que este hecho sea el punto crucial de la historia del mundo.

Cuando Se preparaba Nuestro Señor Jesucristo de volver a Su Padre Celestial, antes de la Crucifixión dedica Su última conversación con los Apóstoles a la próxima llegada del Espí­ritu Santo. El Señor explica a Sus discí­pulos, que el Consolador - Espí­ritu Santo, debe pronto llegar a ellos para concluir la obra de la salvación de los hombres 'Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre, --- el Espí­ritu de verdad ... Él os enseñara todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho...el espí­ritu de verdad, el cual procede del Padre, El dará testimonio de mi' (San Juan 14:16-17, 26, 15:26).

Preparándose para recibir al Espí­ritu Santo, después de la Ascensión del Señor al Cielo, los discí­pulos de Cristo, junto con la Santí­sima Virgen Marí­a, las mujeres miróforas y otros creyentes (cerca de 120 personas), en Pentecostés se encontraban en Jerusalén. Los Apóstoles y todos los allí­ reunidos esperaban cuando el Redentor les enviarí­a la 'Promesa del Padre' y ellos se investirí­an con la fuerza superior, pero ellos no sabí­an con certeza en qué consistirí­a la llegada del Espí­ritu Consolador (San Lucas 24:49). Como el Señor Jesucristo murió y resucitó durante la Pascua hebrea, el Pentecostés del Viejo Testamento coincidí­a aquel año con el cincuentavo dí­a después de la Resurrección.

Así­, cerca de las 9 horas de la mañana, cuando el pueblo se preparaba para ir al Templo para sacrificio y oración, de pronto se escuchó un ruido como de viento de tormenta. Este ruido llenó la casa donde se encontraban los Apóstoles y simultáneamente sobre sus cabezas aparecieron numerosas lenguas de fuego que descendieron sobre cada uno de ellos. Estas lenguas de fuego tení­an una particularidad extraordinaria; iluminaban pero no quemaban. Todaví­a más extraordinarias eran las cualidades espirituales que otorgaban estas misteriosas lenguas. Cada persona sobre la cual bajaba esta lengua de fuego sentí­a un gran aumento de fuerzas espirituales, y al mismo tiempo una inexpresable alegrí­a y entusiasmo. Comenzaba a sentirse como completamente otra persona, apaciguada, plena de vida y ardiente amor a Dios. Estos cambios í­ntimos y nuevas sensaciones, los Apóstoles expresaban con gozosas exclamaciones y alabanzas a Dios. Y aquí­ se pudo oí­r que ellos no hablaban en su idioma sino en otras lenguas desconocidas. Así­ se cumplió el Bautismo de los Apóstoles con el Espí­ritu Santo y fuego, tal como lo predijo el Profeta Juan el Bautista (San Mateo 3:11).

Mientras tanto el ruido, como del viento de tormenta, atrajo a mucha gente hacia la casa de los Apóstoles. Al ver a la muchedumbre reuniéndose, los Apóstoles salieron al techo de la vivienda orando y alabando a Dios. Escuchando esas gozosas oraciones, los que estaban reunidos alrededor de la casa, fueron sorprendidos por un hecho incomprensible para ellos: los discí­pulos de Cristo, en su mayorí­a eran oriundos de Galilea, gente sin instrucción, que no podí­an conocer otras lenguas además de la nativa. De repente comenzaron a hablar en varias lenguas extranjeras de tal forma que, a pesar de ser muy heterogénea la muchedumbre llegada a Jerusalén de distintos paí­ses, cada uno escuchaba su propia lengua. Entre la gente se encontraban algunos cí­nicos, quienes desvergonzadamente, se reí­an de los inspirados predicadores, diciendo que los Apóstoles, a pesar de la hora temprana, estaban ebrios.

En realidad la fuerza del Espí­ritu Santo se manifestó entonces, además de otros cambios buenos, en el don de las lenguas, especialmente para permitir a los Apóstoles difundir el Evangelio entre diversos pueblos, sin tener que estudiar previamente sus idiomas.

Viendo la sorpresa de la gente, el Apóstol Pedro se adelantó y dijo su primer sermón, donde explicó a los reunidos, que con la llegada del Espí­ritu Santo se cumplió la antigua profecí­a de Joel, quien hablaba en nombre de Dios: 'Y será que después de esto, derramaré mi Espí­ritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros viejos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espí­ritu en aquellos dí­as Y daré prodigios en el cielo y en la tierra.....Y todo aquel que invocare el nombre de Jehová, será salvo' (Joel 2:28-32). El Apóstol explicó que justamente en éste descenso del Espí­ritu Santo debí­a cumplirse la obra de la salvación de los hombres. Para hacerlos dignos de la gracia del Espí­ritu Santo, el llegado Mesí­as soportó la muerte en la cruz y resucitó de entre los muertos --- Nuestro Señor Jesucristo.

Era corto y claro este sermón, pero como por la boca de Pedro hablaba el Espí­ritu Santo, estas palabras penetraron en los corazones de los oyentes. Muchos de ellos sintieron ablandarse su corazón y preguntaron a él: '¿Qué debemos hacer?' 'Hagan su contrición,' les contestó Pedro, 'y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesucristo y no solo serán perdonados sino que recibirán la Gracia del Espí­ritu Santo'.

Muchos creyeron en Cristo, por la palabra de Pedro. Allí­ mismo, delante de todos, confesaron sus pecados, se bautizaron y hacia la tarde de este dí­a, la Iglesia de Cristo de 120 creció hasta 3000 personas. Con este acontecimiento milagroso comenzó la existencia de la Iglesia de Cristo - esta sociedad de Gracia de los creyentes, en la cual todos están llamados a salvar sus almas. El Señor prometió que la Iglesia no será vencida por las puertas del infierno, hasta el final de la existencia del mundo.

La Festividad de Pentecostés es el dí­a cuando la teocracia del Viejo Testamento que comenzó en Sinaí­ y que dirigí­a la sociedad con la severa ley escrita, fue sustituida por la teocracia del Nuevo Testamento en la cual Dios mismo dirige a los creyentes en espí­ritu de libertad y amor (Rom. 8).

Es costumbre en este dí­a festivo adornar la iglesia y la casa de uno con ramas de árboles y flores y en la iglesia sostener flores. Este adorno de plantas vivientes es una confesión del poder vivificante del Espí­ritu Vivificador y una consagración obediente a Él de los primeros frutos de primavera.

 
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