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05 de abril de 2019

La Anunciación de la Santí­sima Madre de Dios

La anunciación es el dí­a de la buena nueva de que se encontró en todo el mundo una Virgen de tal fe en Dios, con tal capacidad de obediencia y confianza en Él que en Ella se pudo encarnar para nacer el Hijo de Dios. La encarnación del Hijo de Dios, por un lado, es un obra del amor de Dios – amor de la cruz, amor tierno y salví­fico – y de la fuerza de Dios; pero al mismo tiempo, la encarnación del Hijo de Dios es también obra de la libertad humana. San Gregorio Palamas dice que la Encaranción hubiera sido imposible sin la voluntad creadora de Dios, pero igualmente imposible sin el consentimiento voluntario y libre de la Madre de Dios. Y en el dí­a de la Anunciación, vemos en la Madre de Dios a una Virgen que con todo Su corazón, toda Su mente, toda Su alma y toda Su fuerza supo confiarse a Dios hasta el fin.

Y la buena nueva era realmente temible: la aparición del Ángel con su salutación: Bendita eres entre las mujeres y bendito es el fruto de Tu vientre, no podí­an no causar sorpresa o estremecimiento, sino también temor en el alma de la virgen que no conoció varón - ¿cómo podí­a ser eso posible? Y es aquí­ donde comprendemos la diferencia entre la fe fluctuante (aunque profunda) de Zacarí­as, el padre del Precursor y la fe de la Madre de Dios. A Zacarí­as también le fue anunciado que su esposa darí­a luz a un niño, de manera natural a pesar de su entrada edad; y su respuesta a esa nueva de Dios fue: ¿Cómo es eso posible? ¡Eso no puede ocurrir! ¿Cómo lo puedes probar? ¿Qué garantí­a me puedes dar?... Empero la Virgen sólo pregunta: ¿Cómo puede ocurrir eso conmigo que soy casta?... Y a la respuesta del Ángel que eso ocurrirá, Ella solo contesta con palabras colmadas de entrega a las manos de Dios: He aquí­ la esclava del Señor, hágase según tu palabra.

La palabra “esclava” en su uso actual tiene una connotación de avasallamiento y sojuzgamiento; en eslavo se llamaba esclavo a aquel que entregó su vida y su voluntad a otra persona. Y Ella realmente le entregó a Dios toda Su vida, Su destino, Su voluntad, aceptando con fe (es decir con confianza plena) la noticia de que Ella serí­a la Madre del Hijo de Dios encarnado. Santa Elizabeth dice de ella: Bendita la que creyó, ya que se cumplirá en Ella lo dicho por el Señor… En la Virgen encontramos una increí­ble capacidad de confiarse a Dios plenamente y hasta el fin; pero esa capacidad no es natural, no es de nacimiento: una fe tal se puede hacer crecer dentro de uno con el esfuerzo de tener un corazón puro, y amor a Dios. Y digo con el esfuerzo porque los Santos Padres dicen: Vierte sangre y recibirás al Espí­ritu.

Un escritor occidental dice que la Encarnación fue posible cuando se encontró una Virgen de Israel que pudo pronunciar el nombre de Dios con todo Su pensamiento, todo Su corazón, toda Su vida de manera tal que se hizo carne en Su vientre. Esa es la buena nueva que hoy escuchamos en la lectura del Evangelio: el género humano dio a luz y ofrendó a Dios a la Virgen que fue capaz con su humana y majestuosa libertad ser la Madre del Hijo de Dios quien libremente se dio a Sí­ mismo para la salvación del mundo. Amén.

 
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