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28 de agosto de 2019

Sermón del Metropolitano Filareto (Voznesenky) para la Fiesta de la Dormición de la Madre de Dios

El Evangelio nos relata cómo ocurrió la Anunciación a la Madre de Dios y la humilde respuesta que le dio a la nueva que le transmitió el Arcángel Gabriel de que Ella fue elegida para ser la Madre del Verbo encarnado: “he aquí­ la esclava del Señor, hágase en mí­ según tu palabra” (San Lucas 1:38), entregándose así­ plenamente a la voluntad del Señor.

Luego, cuando visita a la recta Elizabeth, ésta la llama por primera vez con el nombre con el que luego la venerarán millones y miles de millones de fieles. La santa recta Elizabeth dice: “¿Y de dónde esto a mí­, que la madre de mi Señor venga a mí­?” (San Lucas 1: 43). ¡La Madre de Dios vino a verme! Y ahora todo el género cristiano la glorifica como la Madre de Dios.

Finalmente, llega el dí­a de Su Dormición. Ese era el umbral hacia una nueva vida, como un punto de inflexión en ella. Antes de la Dormición, solo habí­a humildad, casi anonimato… Se conservaron muchos relatos sobre la mansedumbre y humildad de Marí­a, sobre el hecho de que no le gustaba resaltar en nada. Ella estaba llena del Espí­ritu Santo, como ningún otro, sin embargo siempre se humillaba y le rehuí­a a todo honor. Pero llega el dí­a de Su gloriosa dormición. Se manifiesta Su Unigénito y amado Hijo, recibe su luminosa alma en Sus santí­simas manos.

Se cumplió la Dormición… y al poco tiempo, unos dí­as después, los apóstoles reunidos repentinamente vieron sobre ellos a la Virgen Marí­a en el aire, ya como Reina de los cielos y la tierra, iluminada con una luz Celestial y rodeada de ángeles inclinados ante ella. Y ella misericordiosamente les prometió: “¡Regocijaos! ¡Yo estaré siempre con vosotros!”

Comenzó Su inigualable eterna gloria divina. Ningún humano fue o será glorificado, elevado, honrado como lo es la Madre de Cristo Dios. Cuando les rogamos a los santos de Dios para que intercedan por nosotros ante el Señor, les pedimos que ellos le recen a Dios por nosotros. Pero cuando nos dirigimos a Ella como a la todopoderosa Reina, le decimos: “¡Santí­sima Madre de Dios, sálvanos!”. Y la Iglesia en este grande y glorioso dí­a dice lo siguiente: “El sepulcro y la muerte no pudieron retener a la Madre de Dios, incansable en Sus oraciones, que es la esperanza inquebrantable por Su intercesión”

Las palabras “a la Madre de Dios, incansable en Sus oraciones” indican que Su oración es constante: por el mundo, por nosotros. Sabemos que el Señor le dejó a la Virgen a Juan el Teólogo, el gran apóstol del amor, como hijo y en su persona, a todo el género humano. Por ello, no importa cuán pecadores o indignos seamos, igualmente con alegrí­a decimos que ella es la Madre del género humano y la Madre Celestial de cada uno de nosotros.

Si una madre terrenal cuando le preguntaron a cuál de sus hijos amaba más, mostró sus dedos y dijo: “no importa cuál dedo te corten, todos duelen por igual”, del mismo modo la Reina Celestial y nuestra Madre siente dolor en Su alma por cada uno de nosotros, a cada uno nos desea la salvación eterna y ruega por todos y cada uno de nosotros.

No olvidemos que Ella nos cubre con Su manto divino y que constantemente se eleva al trono de la gloria de Dios la oración “a la Madre de Dios, incansable en Sus oraciones”. Amén.

 
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