15 de febrero de 2012
Entrada de nuestro Señor en el Templo
Cuarenta días después de nacer, Cristo fue presentado a Dios en el
Templo de Jerusalén, conforme a la ley mosaica. Al mismo tiempo, su madre
se sometió a la purificación ritual, y ofreció a Dios los sacrificios prescritos por
la ley judía. Por lo tanto, cuarenta días después de la Natividad, en el día 2 de
febrero, la Iglesia Ortodoxa celebra la fiesta de la presentación, llamada el
Santo Encuentro o la Presentación de Cristo en el Templo.
El acontecimiento principal de esta fiesta es el encuentro de Cristo con
el anciano Simeón y la profetiza Ana. (Lucas 2,22-38) A Simeón “le había
sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese
al Ungido del Señor” (Lucas 2,26) e, inspirado por el mismo Espíritu, fue al
Templo donde encontró al Mesías. Lo tomó en sus brazos, y proclamó las
palabras que hasta el día de hoy son cantadas al final de cada oficio de
Vísperas:
Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme
a tu palabra; porque han visto mis ojos tu salvación,
la cual has preparado en presencia de todos los
pueblos; Luz para revelación a los gentiles, y gloria
de Tu Pueblo Israel. (Lucas 2,29-32)
En este momento Simeón también predijo que Jesús sería “señal de
contradicción” (Lucas 2,34b) y que Él “está puesto para caída y para
levantamiento de muchos en Israel.” (Lucas 2,34a) También predijo los
sufrimientos de María a causa de su Hijo. (Lucas 2,35) La profetiza Ana
también estuvo presente y, habiendo dado gracias a Dios, ella “hablaba del
niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén.” (Lucas 2,38)
En los oficios litúrgicos para la fiesta de la Presentación del Señor en
el Templo, el eje central es que Cristo, el Hijo y el Verbo de Dios mediante
quien el mundo fue creado, está ahora en brazos de Simeón como un bebé;
este mismo Hijo de Dios, el Legislador divino, el Dador de la nueva Ley, ahora
cumple Él mismo la Ley, siendo llevado en brazos al Templo como niño.
Recíbelo, oh Simeón, a quien Moisés contempló en las nubes
en el Monte de Sinaí como el Dador de la Ley. Recíbelo ahora
como niño que cumple la Ley. Pues la Ley y los Profetas
hablaron acerca de Él, encarnado por nosotros y Salvador de
la Humanidad. Venid todos a adorarlo.
Que las puertas del cielo se abran hoy, pues el Verbo Eterno
del Padre sin principio, sin abandonar Su Divinidad, ha
tomado principio, y ha sido encarnado de la Virgen en el
tiempo. Y como niño de cuarenta días, El voluntariamente es
llevado por su madre al Templo, según la Ley. El anciano
Simeón lo recibe en sus brazos y exclama: Señor, despides
ahora a tu siervo en paz, porque han visto mis ojos tu
salvación. Oh Señor, Tú que has venido para salvar a la
humanidad, gloria a Ti. (Versos de las Vísperas de la Fiesta)
Los oficios de Vísperas y Matutinos de esta fiesta son llenos de himnos
sobre este mismo tema. En la celebración de la Divina Liturgia, las palabras
del cántico de María forman el prokimenon y las de Simeón, los versos del
Aleluya. Las lecturas del Antiguo Testamento en el oficio de Vísperas hacen
referencia a la Ley de la purificación en el libro de Levítico, la visión de Isaías
en el Templo del Señor Tres-Veces Santo, y el don de la fe a los egipcios
profetizado por Isaías cuando la luz del Señor será “revelación a los
gentiles”. (Lucas 2,32) La lectura del Evangelio relata el encuentro en el
Templo.
La celebración del Encuentro del Señor en el Templo no es una mera
conmemoración histórica. Inspirados por el mismo Espíritu que inspiró a
Simeón, y llevados por el mismo Espíritu hasta la Iglesia del Mesías, los
miembros de la Iglesia también afirman su propio “encuentro” con el Señor, e
igualmente pueden dar testimonio de que ellos pueden irse “en paz” pues sus
ojos han visto la salvación de Dios en la persona de Su Cristo.
Salve, oh Virgen, Madre de Dios, llena de gracia.
Porque de ti resplandeció el Sol de Justicia, Cristo
Dios Nuestro. Iluminando a los que están en las
tinieblas. Regocíjate, oh justo anciano, llevando en
tus brazos al Libertador de nuestras almas, Él que
nos concede la resurrección. (Tropario)
Por Tu nacimiento, santificaste las entrañas de la
Virgen. Y bendijiste las manos de Simeón, oh Cristo
Nuestro Dios. Ahora Tú has venido y nos has
salvado por amor. Otorga la paz a todos los cristianos ortodoxos, oh Tú, Único Amante de la
Humanidad. (Kontakion)
Según la tradición local de algunas iglesias, el sacerdote bendice velas
en la iglesia en este día. Estas velas nos recuerdan de nuestro encuentro con
Cristo, Luz que ilumina a todos.
Artículo tomado de la página web de la Iglesia Ortodoxa Antioquena en
Chile.
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