19 de agosto de 2021
Sermón de San Teófano el Recluso para la Transfiguración de Nuestro Señor
Al celebrar la Transfiguración del Señor, nos comprometemos a asimilar su importancia y reflejar en nosotros mismos su significado. A través de la transfiguración, el Señor nos manifestó la gloria de Su Divinidad en la humanidad para Sí mismo. Él quería mostrar hasta qué gloria elevó la naturaleza humana en sí mismo y, a través de Él, la gloria de todo hombre: la gloria de la transfiguración es nuestra gloria en el Señor Jesucristo. Parece que nos está diciendo: ¡así serán todos ustedes!
¡Verdadera es la palabra del Señor! En verdad, todos los creyentes están destinados a serlo en Su nombre. Pero seremos tales ya después de la segunda venida de Cristo, después de la resurrección de todos y la renovación del universo, así seremos cuando seamos dignos de ello.
La pregunta ahora es, ¿cómo podemos ser dignos de ello? – Debemos en esta vida transfigurarnos interiormente, para percibir la gloria en la futura, esa gloria en la que el Señor reveló Su humanidad en la transfiguración.
En esto debe consistir todo nuestro cuidado y esfuerzo – crear «según el hombre interior » (Rom.7, 22), transfigurándonos en él «de gloria en gloria... en el Espíritu del Señor» (2 Cor.3, 18).
Como saben, hay un hombre interior, oculto en nosotros. Escucharon qué les dice el Apóstol Pedro a las mujeres: «que vuestro adorno no esté en el exterior, en peinados, joyas y atuendos, sino en lo oculto del corazón, en la incorruptibilidad de un espíritu dulce y sereno: esto es valiosos ante Dios» (1 Pedro 3, 3–4). O como en otro pasaje dice el Apóstol Pablo: ruego, para que os conceda fortaleceros en el hombre interior mediante la acción del Espíritu de Dios (Ef.3, 16). Elevemos de gloria en gloria a este hombre interior.
Yo soy la Luz en el mundo, dice el Señor. Esta luz es la luz de la verdad, traída por Él a la tierra, la luz del conocimiento divino. Nuestra mente se oscureció y se convirtió en oscuridad. El Señor viene y lo ilumina. Cuando, en lugar de la verdad, entra una mentira en la mente, ella se oscurece, y cuando la verdad vuelve a ella nuevamente, se ilumina y entra en su gloria. La gloria de la mente es conocer la verdad. Cuanto más asimila la verdad, más asciende de gloria en gloria. - ¿Quieren por tanto elevar su mente a la gloria de la transfiguración? - Colmadla con la verdad que el Señor trajo a la tierra. Ustedes saben cuál es esta verdad. Nos lo explica el Símbolo de la Fe y el Catecismo la interpreta. Confiesa que Dios existe - y es trino en Personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo - Trinidad consustancial e indivisible; que Dios creó el mundo con Su Palabra, tiene Su providencia para él y para cada criatura en él, y más aún para el hombre; que además de este mundo visible hay otro mundo invisible de espíritus incorpóreos, del cual una parte cayó y lucha contra Dios con ensañamiento; que fuimos creados para la bienaventuranza, pero habiendo transgredido el mandamiento por la inspiración del espíritu del mal, caímos con nuestros antepasados, y estamos en angustia conforme al justo juicio de Dios; que Dios nos mostró infinita misericordia, habiendo enviado a Dios Hijo descender a la tierra, encarnarse y sufrir por nosotros, que este Señor, habiéndonos justificado por la muerte en la cruz, nos abrió la entrada a los abundantes dones del Espíritu Santo; que este Espíritu, después de la ascensión del Señor al cielo, se derramó sobre los santos apóstoles, y a través de ellos y sobre toda la humanidad, estableció en la tierra la Santa Iglesia, nuestra sanadora, iluminadora y santificadora; que quien, unido a la Iglesia, como miembro del cuerpo, camina en el espíritu de ella, solo camina en la verdad y se prepara para una bienaventurada eternidad; que la muerte separa el alma del cuerpo, que después de la resurrección se unirán de nuevo y serán bienaventurados o sufrirán para siempre, a juzgar por cómo actuó cada uno en la tierra.
¡Aquí están las verdades! El que las asimila una a una, ahuyenta mentira tras mentira, oscuridad tras oscuridad, y entra cada vez más en el reino de la luz. Y aquel cuya mente se colma de toda verdad y se une a ella y se compenetra de ella de manera tal, que no se permite ni siquiera un pensamiento contrario a ella y, en cambio, todo pensamiento propio y todo su trabajo mental lo supedita a esa verdad y los compara con ella, de manera tal que aleja de sí toda oscuridad y se torna luminoso y emana luz. La mente de tal persona es «la mente de Cristo », como dice el Apóstol (1 Cor.2, 16).
Este hombre se transfigura de lo humano a lo divino, y de la oscuridad pasa a vestirse de luz, y brilla en sí mismo e ilumina todos a su alrededor. Esta es la única forma de renovar nuestra mente por medio del espíritu (Еf.4, 23). Trasnfiguráos con esta renovación de la mente (Rom.12, 2), sabiendo que toda otra enseñanza, como dice el Apóstol, son discusiones de vanos habladores, embaucados y embaucadores (1 Tim.6, 5, 2 Tim.3, 8; Тito 1, 10).
Vayamos más lejos. - El Sabio dice que Dios creó al hombre recto, o, como explica Macario el Grande, lo adornó con todas las virtudes: el temor de Dios, la humildad, la mansedumbre, la templanza, el amor… Cuando el hombre escuchó y siguió el consejo de la serpiente, al mismo tiempo percibió en sí mismo la semilla de la hostilidad hacia sí mismo, que, habiendo crecido, produjo las espinas de las pasiones que sofocaron las virtudes. Cada virtud fue eclipsada y ahogada por la pasión opuesta; y en lugar de ser manso, el hombre se volvió violento; en lugar de humilde – orgulloso; en lugar de amoroso - odiador y envidioso; en lugar de sociable - pretencioso e interesado, y así sucesivamente.
Era luminoso por la luz de la rectitud y la santidad, pero se oscureció con la maldad y las pasiones. El Señor vino a restaurar nuestra primera bondad (la perfección interior), y esto es lo que nos manda: bienaventurados los pobres en espíritu, bienaventurados los mansos, bienaventurados los pacificadores, bienaventurados los puros de corazón, bienaventurados los pacientes. Nos dice: desechad las pasiones, que los deshonran y los oscurecen y serán bienaventurados. Restaurad en vosotros la pureza, en la que el antepasado fue bendecido y los santos habitantes celestiales son bendecidos. «Seréis santos», dice el Señor, «porque Santo soy Yo» (1Pedro.1, 16). Y no hay aquí nada superfluo ni exagerado, porque somos a imagen de Aquel que nos creó. Esta imagen se corrompió en la caída. Necesitamos restaurarlo. ¿Cómo? - Al igual que los artistas restauran cuadros dañados. Adivinan las formas de las piezas, buscan los colores del original, y así restauran, pieza por pieza, el cuadro completo como era al principio. Las pasiones vinieron en lugar de las buenas disposiciones y nos desfiguraron. Es necesario restaurar las buenas disposiciones frente a las pasiones. Así que apaguemos la ira y aceptemos la mansedumbre, suprimamos la individualidad y restauremos el amor, alejemos la envidia y fortalezcamos alegría con nuestro prójimo, dejemos de condenar, sino alabemos, dejemos de apropiarnos, pero demos, y así sucesivamente.
De este modo, extirpemos pasión tras pasión, implantando virtud tras virtud, volveremos a la pureza anterior, «despojáos del hombre viejo, y revestíos del hombre nuevo, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad» (Еf.4, 22, 24), «Porque somos sepultados juntamente con él a la muerte por el bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva» (Rom.6, 4).
La luz de la verdad y la pureza de la santidad y el desapasionamiento son dos caras de la transformación de nuestra vida interior. No podemos hacer ni lo uno ni lo otro por nosotros mismos. Por eso, la gracia divina se nos promete y se nos da en los santos sacramentos. La chispa se nos otorga en el santo bautismo. Su ardor se alimenta durante toda su vida en el santo arrepentimiento y la comunión, y se calienta y se aumenta con la fe y las buenas obras, con la participación en todas las oraciones y santos ritos de la Iglesia.
Cuando una chispa, que cae en una sustancia combustible, es soplada por el viento, pronto se convierte en una llama. Asimismo, en nosotros, cuando la chispa de la gracia, que recibimos en el bautismo y sostenida en el arrepentimiento y la comunión, es encendida por nosotros mediante obras de piedad y bondad, brilla no solo dentro de nosotros, sino también fuera. Fuego, dice el Señor, vine a traer a la tierra y como si quisiera que se encienda rápidamente. Este fuego es el fuego de la gracia del Espíritu Santo, que desciende en forma de lenguas de fuego, y el fuego espiritual que enciende los corazones de quienes lo reciben. Ustedes saben que esto es así. Y tened celo por conservar y aumentar este fuego. Cuando existe este fuego, entonces ningún trabajo es laborioso y todo se hace fácilmente. Aporta paz, pureza y fuerza, y es lo mismo que las alas de los pájaros. Un pájaro con sus alas vuela por los aires, y en nosotros el fuego lleno de gracia nos eleva, y no solo mentalmente, sino con los hechos nos eleva a la perfección Divina. El fuego, que derrite el mineral inmundo, extrae de allí el metal noble puro: así es como el fuego del Espíritu purifica nuestra naturaleza inmunda. Aún más, se disuelve con nosotros. Como el metal más noble, vertido en el cobre, imparte su sonido más puro y agradable a este último, así la gracia, disolviéndose con nuestro espíritu, le imparte su pureza Divina, tanto internamente consciente como externamente manifestada.
¡Aquí tienes una forma de transfigurarte! - asimilar los dogmas de la fe y nutrir la mente con ellos; erradicar las pasiones y enraizar las buenas disposiciones, y más aún, encender la gracia en uno mismo por los medios que la Iglesia nos otorga. Así es como nuestro hombre secreto interior madurará y se transfigurará. Este es nuestro Juan - misericordioso, Santiago - recto, Pedro - celoso en la fe. ¡Así se cumplen en nosotros la ley y los profetas, Moisés y Elías! ¡Y qué final! - Aquel de quien le dijeron al Señor. Habiendo sufrido y sufrido en las obras de agradar a Dios, entrar en la gloria. Así como las hermosas mariposas, antes de volar por los aires, se encierran en glomérulos, feos en apariencia, así nuestro hombre interior, cuando actúa según lo indicado, madura, a pesar de la tosca cáscara de la carne y del indecoroso ambiente externo. Llegará el momento - él se despojará de su carne robusta, será sacado de los lazos externos en los que sostiene esta vida, y se elevará - a Dios, al coro de los ángeles y los santos, para permanecer allí en gozo y regocijo hasta la futura resurrección general, cuando comience la completa bienaventuranza eterna.
Que el Señor los ayude a ser así, para que siendo transfigurados aquí, seáis dignos de entrar Su gloria en el siglo venidero. Amén.
6 de agosto de 1863
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