02 de junio de 2022
Sermón del Metropolitano Filaret (Voznesensky) para la Ascensión de Nuestro Señor
Con cuánta frecuencia escuchamos a personas creyentes decir que sienten tristeza por separarse de la Pascua. Muchos dicen que están tristes porque el Señor estuvo con nosotros todos estos luminosos días Pascuales y ahora Él nos deja. Sí, por supuesto, sonaron y finalizaron los días Pascuales. Pero debemos recordar que una de las oraciones que se repitió de manera especial durante los luminosos días Pascuales: “Habiendo visto la Resurrección de Cristo, adoramos al Santo Señor Jesús” también se escuchó en las Vísperas de esta fiesta, la Festividad de la Ascensión de Nuestro Señor. Esta oración nos muestra la estrecha relación entre las dos festividades, la solemne fiesta de la Pascua de Resurrección y la solemne fiesta de la Ascensión de Nuestro Señor.
El mismo Señor Jesucristo, al que glorificamos la noche de Pascua, ahora asciende en gloria al Cielo, por lo que nuestro regocijo espiritual debe seguirlo allí, y no entristecerse. Parecería que podríamos apenarnos como los Apóstoles. Pero en las oraciones que se cantaron en las Vísperas, escuchamos que el Señor “colmó de regocijo infinito en Su Ascensión” a Sus discípulos y a Su Divina Madre. Recuerden que con la Ascensión de Nuestro Señor y al sentarse a la diestra de Dios Padre, culminó la obra que le fue encomendada directamente a Él y la que realizó “por nosotros, los hombres y para nuestra salvación”.
Al comienzo de la historia de la humanidad, el hombre deseó igualarse a Dios, pero no lo logró de manera alguna y no se hizo dios. Por el contrario, de un ser puro, inocente y santo se convirtió en un pecador vicioso, “el sello de la ira” como dicen las Escrituras. Pero el Señor no abandonó a Su creación. El hombre quiso ser dios, y no lo logró, pero Dios se hizo Hombre y, sin dejar de ser Dios, apareció en la tierra como Dios y Hombre. Tomó nuestra naturaleza humana de manera tal que ya no habrá en toda la ilimitada eternidad otro Hijo de Dios, como el Dios y Hombre nuestro Señor Jesucristo, Quien tuvo la benevolencia de tomar nuestra naturaleza humana en Su ilimitada Esencia Divina. Dios descendió de los Cielos a la tierra, como Dios, y ascendió a los Cielos como Dios y Hombre, es decir, no sólo redimió nuestra naturaleza humana, la limpió del pecado y la santificó, sino que la ubicó a la diestra de Dios Padre. Ahora, por sobre todo lo creado, por sobre los Ángeles, Arcángeles, Querubines y Serafines, está sentado en el Trono Divino Dios, Quien es al mismo tiempo Hombre, igual a nosotros en todo.
Solo la sabiduría de Dios, el amor infinito de Dios, la bondad, sabiduría y fuerza de Dios podían llevar a cabo esta difícil obra. Por ello, recuerden que cuando glorificamos a nuestro Señor y Salvador que ascendió a los Cielos y está sentado a la diestra del Dios Padre, también glorificamos en Él, nuestra naturaleza humana. Pero aún esto es poco, Él no solamente está con nosotros. En el Apocalipsis leemos que el Señor dice: “Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en Mi Trono; así como yo he vencido, y me he sentado con Mi Padre en su trono” (Apocalipsis 3:21). Hasta causa temor siquiera pensar en esto, antes que decirlo, y estas son las palabras de nuestro Salvador, Quien nunca dijo una mentira, nunca exageró en nada, y si Él así lo dice, significa que eso será exactamente como lo dice Él, no puede ser de otra manera.
Por ello, nosotros no sólo nos regocijamos por Él, porque está sentado a la diestra de Su amadísimo Padre, sino que nos alegramos porque también nuestra naturaleza humana ha sido, no sólo purificada y santificada, sino también elevada más alto que los Cielos. Y por ello la festividad de la Ascensión del Señor no debe ser un día de tristeza, sino el regocijo de la solemne fiesta inmortal y espiritual. Amén.
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