18 de agosto de 2022
La Transfiguración de Nuestro Señor
La festividad de la Transfiguración nos revela la gloria de la creación de Dios. No sólo aparece Cristo en la gloria del Padre, en Su propia Gloria Divina ante sus discípulos: el Evangelio nos dice que la luz Divina manaba de Su cuerpo físico y de la vestimenta que Lo cubría sobre todo lo que rodeaba a Cristo.
Aquí vemos algo que, ya se nos revelaba de manera algo encubierta en la Encarnación de Cristo. No podemos pensar en la Encarnación sin asombro: ¿cómo ocurrió que la carne humana, materia de este mundo, reunida en el cuerpo de Cristo, pudiera ser no sólo el lugar de la morada del Dios Vivo –como sucede, por ejemplo, en el templo – sino estar unido con la Deidad de tal manera que este cuerpo esté impregnado de Divinidad y ahora se siente a la diestra de Dios, Padre en la gloria eterna? Aquí, de forma algo encubierta se nos revela toda la grandeza, todo el significado no solo del hombre, sino del mundo material mismo y sus posibilidades indescriptibles, no solo terrenales y temporales, sino también eternas, divinas.
Y en el día de la Transfiguración del Señor, vemos la luz con la cual está llamado a resplandecer este mundo material nuestro, con qué gloria está llamado a resplandecer en el Reino de Dios, en la eternidad del Señor... Y si aceptamos con atención y seriedad lo que aquí se nos revela, debemos cambiar de la manera más profunda nuestra actitud hacia todo lo visible, hacia todo lo tangible; no sólo a la humanidad, no sólo al hombre, sino a su mismo cuerpo; y no sólo al cuerpo humano, sino a todo lo corporal que nos rodea y es perceptible, tangible, visible... Todo está llamado a convertirse en la morada de la gracia del Señor; todo está llamado en algún momento, al final de los tiempos, a ser absorbido en esta gloria y brillar con esta gloria.
Y a nosotros, las personas, nos es dado saber esto; a nosotros, las personas, se nos ha dado no sólo saber esto, sino también ser colaboradores de Dios en la santificación de la criatura que el Señor creó... Consagramos los frutos, bendecimos el agua, bendecimos el pan, consagramos el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor; dentro de los límites de la Iglesia, este es el comienzo del milagro de la Transfiguración y la Teofanía; con la fe del hombre se separa la sustancia de este mundo, que es traicionada por la incredulidad humana y la traición a la corrupción, la muerte y la destrucción. Por nuestra fe se separa la sustancia de esta corrupción y muerte, se entrega a Dios, y es aceptada por Dios, y en Dios ya está ahora, embrionariamente, se convierte verdaderamente en una nueva creación.
Pero esto debe extenderse mucho más allá del templo: todo lo que está sujeto al hombre sin excepción puede ser santificado por él; todo sobre lo que trabajamos, lo que tocamos, todos los objetos de la vida, todo puede convertirse en parte del Reino de Dios, si este Reino de Dios está dentro de nosotros y, como el resplandor de Cristo, se extiende a todo lo que tocamos...
Reflexionemos en ello; no estamos llamados a esclavizar la naturaleza, estamos llamados a liberarla del cautiverio de la corrupción y la muerte y el pecado, liberarla y devolverla a la armonía con el Reino de Dios. Por tanto, volvámonos reflexivos, reverentes hacia todo este mundo creado que vemos, y sirvamos en él como colaboradores de Cristo, para que el mundo alcance su gloria y que por nosotros todas las cosas creadas entren en el regocijo del Señor. Amén.
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