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20 de marzo de 2024

¡Oh! Señor, Dador de la Vida, ábreme las puertas del arrepentimiento

Sermón de San Juan Taumaturgo (Maximovich), Arzobispo de Shangai y San Francisco

Es muy difícil arrepentirnos, cambiar nuestro interior, renacer. Necesitamos tener la conciencia de la necesidad de cambiar, el deseo de hacerlo y la ayuda de la gracia. Cuanto con mayor conciencia y determinación comencemos nuestro arrepentimiento, cuanto más ampliamente abramos las puertas de nuestra alma, con mayor éxito lograremos nuestro objetivo.

Encontramos un ejemplo de este completo renacer en Santa María de Egipto, pecadora conocida por toda Alejandría desde su niñez. Donde quiera que se reuniera gente, allí estaba ella para pecar. Y se encontró una vez entre peregrinos que iban a Jerusalén, pero ella no estaba allí por Dios sino a causa de la diversión y el pecado y turbó a todos con su conducta.

Los peregrinos fueron al templo y ella los acompañó. Todos entraron, pero ella no podía ingresar y por primera vez en su vida, fue ella la que se sintió turbada. Entonces empezó a luchar contra este sentimiento y trató de entrar a la fuerza a la iglesia, pero todo fue en vano. Atada por la vida pecaminosa, no podía entrar al Templo de la Santidad. Entonces la colmó un sentimiento de vergüenza de sí misma, de toda su vida.

Turbada, por primera vez en su vida empezó a rezar con arrepentimiento ante el ícono de la Madre de Dios y la Santísima Virgen le abrió las puertas del templo. A la mañana siguiente se encontró en la Liturgia y luego de comulgar con los Santísimos Dones, salió del templo y se dirigió directamente al desierto, habiendo comprado tres panes de camino.

Luego de muchos años la encontró el Santo Monje Zósimo. Ella se relató su vida, sobre el martirio de la lucha contra el pecado y de su renacimiento. Esos tormentos fueron tan pesados, los ataques de las tentaciones tan impetuosos, que ella se golpeaba contra la tierra. Luego devenían días de paz y luz. Ahora ya le era ligero. Le pidió a San Zósimo que vuelva en un año para comulgarla. Así hizo el santo y cuando llegó la vio del otro lado del río. Ella se acercó cruzando el río como si fuera tierra firme. Comulgó y le pidió volver un año más tarde. Al año siguiente, al llegar el santo la encontró fallecida junto a una inscripción de su último día, que era cuando había estado el Santo con ella un año antes para comulgarla.

Este es un ejemplo de decisión clara y firme de cambiar nuestra vida con arrepentimiento, de fuerte lucha contra el pecado. Este es un ejemplo de purificación y renacimiento.

«¡Oh! Señor, Dador de la Vida, ábreme las puertas del arrepentimiento».

 
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