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15 de julio de 2024

Que todos los santos sean nuestros amigos

Arzobispo Leoncio de Chile y Perú (+1971)

¡En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo!

Queridos hermanos, hoy recordamos a todos los santos glorificados en la tierra rusa, que son muchos desde el comienzo de la cristiandad en Rusia hasta nuestros días. Cuando miramos el santoral, entre la multitud de santos nombres ¿¡a quién no encontramos!? Sencillos junto con distinguidos, ricos y pobres, eruditos y analfabetos, clérigos y laicos – y ellos son aquellos servidores de Dios que conocemos. Pero hay millones más no incluidos en el Santoral terrenal, pero cuyos nombres están escritos en el libro de la vida de Dios. Tú, ¡oh, Señor! Conoces sus nombres y sus esfuerzos. Todos ellos en una u otra hora de su vida en la tierra escucharon a Dios y el llamado de nuestro Señor – «Venid en pos de mí» (San Mateo 4, 19).

Ya por naturaleza estamos terriblemente solos y cuanto más vivimos en este mundo, sentimos nuestra soledad de manera más profunda. La soledad es el horror del cual intenta huir toda alma humana. El ser humano siempre busca «a alguien» con quien siquiera «intercambiar una palabra». El ser humano busca la amistad. Pero la verdadera amistad es aquella fragante, pero a la vez tan infrecuente, flor en el desierto de este mundo. En las arcas de los tesoros poéticos, el leitmotiv de la soledad resuena más fuerte que cualquiera. Al soñar con «la amistad» los poetas se ven obligados a reconocer que en la tierra reina la despiadada soledad:

«Pasan los días, pasan los tiempos
Y en vano esperamos la libertad.
Estamos terriblemente solos
En el fondo de nuestra alma-carcelera.
Obligados estamos a la celda eterna
Y a través de nuestra ventana opacada
Las penas y alegrías ajenas
Están tan malignamente desfiguradas».

Además: «El corazón ajeno es un mundo extraño». Con frecuencia los amigos nos abandonan en los momentos difíciles de la vida y aquella amistad que parecía sólida, se dispersa como el humo. No importa qué forma tome la amistad y hasta qué nivel de fidelidad y ternura llegue, siempre resultará «menos» de lo que soñamos. Siempre será débil y no podrá satisfacer la profunda necesidad que vive en nuestra alma inmortal. Podemos contarle y compartir mucho con el hermano, el amigo, a nuestra madre o padre… pero en lo profundo de nuestra alma siempre quedará «algo» que no podemos revelar hasta a la persona más cercana, querida y confiable. Quien esto sabe ya no se engaña con la esperanza de encontrar al amigo perfecto entre los hombres. Esa persona tiene claro que el corazón debe solo complacerse con la amistad de Dios y, sin lugar a dudas, encontrará a Ese Amigo a Quien se le puede abrir el alma entera. Podemos llamar amigo verdadero solo a Quien conoce todas nuestras facetas positivas y también las negativas y Quien, a pesar de ello, nos sigue amando. Un amigo verdadero gustosamente beberá con nosotros la copa de la amarga soledad. Así resultan las esposas de los desterrados, los hijos espirituales de sus pastores y archipastores espirituales, lo que ocurrió y sigue ocurriendo en nuestra subyugada Rusia.

Pero son tan pocos los dispuestos a amarnos «aún sin que lo merezcamos», que sean capaces de llevar el pesado yugo de nuestra imperfección, endulzar la amargura de un alma solitaria, poner el hombro bajo el peso y las necesidades de nuestra vida personal. Cristo, nuestro Salvador no conoce, solitarios e imperfectos, y a pesar de ello busca nuestra amistad.

«Cuántas hay en el mundo asociaciones
Y agrupaciones,
Donde la hipocresía se esconde
Bajo el lema de la amistad personal.
Pero no es así
En el círculo del amor de Cristo.
En él, todos encuentran atención
Y confianza».

La mayoría de las personas que anhelan la amistad, lo olvidan. Las personas olvidan solo encontraremos nuestro mayor en la comunión con nuestro Creador, «Alma mía, en Dios solamente reposa » (Salmo 61, 6), – exclama el salmista. Dios nos creó para que compartamos con Él la beatitud de la comunicación mutua. Dios aparecía en el jardín del Edén a ver a Adán y Eva y en el frescor conversaba con ellos (ver Génesis 3,8). Pero esa amistad no duró mucho. La caída en el pecado de hombre lo tergiversó todo, lo perturbó, lo destruyó. Quedó solo el ideal de amistad, el deseo de encontrar lo perdido, restaurar lo destruido. El alma humana sabe perfectamente que solo la amistad con Cristo Salvador puede cumplir con todas las exigencias y pedidos, cumplir el ideal y enriquecer con los tesoros eternos que no se marchitan. El hombre añora esa amistad que le ayude en su crecimiento espiritual. La amistad que nos ofrece Cristo cumple en su perfección con todas estas exigencias. «Nadie en el mundo, -- dice Metrelnik, -- busca con tantas ansias la belleza, nadie en el mundo se eleva con tanta naturalidad y se ennoblece tan rápido. Nada en el mundo eleva el alma de manera tan imperceptible y natural, como la seguridad de que aquí, cerca hay “alguien puro y maravilloso, a quien puede amar sin (…) [se cortó la grabación]”». De ello se puede concluir que no hay nada más peligroso para el hombre que la cercanía de malas compañías y no hay nada mejor para el alma que la comunión con el Perfectísimo Cristo. ¿Quién puede reemplazar o superar a Cristo en este sentido? Leamos todas las crónicas, analicemos todos los Estados, investiguemos todos los monumentos, estudiemos todas las obras de arte, observemos la vida circundante, llamemos en ayuda a la imaginación… ¿encontraremos algo superior, más puro, noble y santo que Su carácter, Sus acciones? Este fenómeno – «es único en la historia de la humanidad, incomparable, especial, milagroso. Ni antes, ni después, en ningún lugar y nunca, ni en persona, ni en sueños ha sido visto, escuchado, pensado, imaginado nada semejante», -- dice el académico Pogodin.

¿En presencia de quién sería capaz el alma humana de elevarse, crecer y perfeccionarse? ¿Qué belleza puede compararse con la incorruptible belleza de Cristo? Realmente, en el mundo hay una sola belleza – el amor de Cristo crucificado por nosotros. Esa belleza que según palabras de Dostoievski está llamada a salvar al mundo. Y si el corazón humano no puede ser vencido con el arma y las amenazas, sino con el amor y la magnanimidad, entonces la victoria de Cristo sobre el alma del hombre está garantizada.

El Evangelio tiene la cualidad de poder penetrar en el alma tanto de los hombres simples, como en las almas de los más grandes pensadores. El Evangelio es aceptado tanto por un campesino analfabeto, como un Newton o el académico Pavlov. Los hombres sabios nunca consideraron reprensible someterse a la influencia que puede despertar sentimientos nobles, decisiones elevadas y conductas santas. ¡Cuán maravillosos son los patriarcas y profetas del Antiguo Testamento, los mártires y apóstoles del Nuevo Testamento, como también todos los santos, aun los nuestros, rusos en la carne, si no es por esa amistad con Dios, con la conciencia de que Dios está presente en cada paso de su vida! Cristo, nuestro Salvador dijo: «Y Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin de los siglos» (San Mateo 28, 20), y les enseñó a sus discípulos esa lección no solo por medio de la prédica sino también con sus apariciones después de Su Resurrección. Él está con nosotros en todas las circunstancias de nuestras vidas, no nos abandona nunca.

¿No es esa seguridad de los apóstoles en la constante presencia invisible de Cristo entre ellos la que los hizo grandes? ¿No es esa presencia invisible de Cristo la que inspiro a todos los cristianos y nos inspira hasta el día de hoy? ¿No es ella la que producía exaltación en el alma y hacía que se regocijen las personas en las celdas, catacumbas, en prisión, sobre la cruz, en la arena entre animales embravecidos, en las fogatas, ante los gobernantes y reyes paganos, ante los actuales perseguidores del cristianismo y en especial, en nuestra sufriente patria?

«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo» (Apocalipsis 3, 20). ¿En qué consiste el supremo sentido de la amistad con Dios? En que Dios pueda enriquecernos con Sí mismo, para comunicarnos Su Espíritu, Su Imagen, Su perfección, para salvarnos del sentimiento de temor y soledad, para protegernos del diablo y, de esta manera, «para que anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pedro 2, 9), «Vosotros sois mis amigos, si cumpliereis las cosas que yo os mando.» (Juan 15, 14). La única condición de la amistad que Dios le impone al hombre – «si cumpliereis». Hay personas que con liviandad piensan que para la amistad con Cristo Salvador es suficiente reconocer a Dios, ser piadoso, dar limosnas… Pero nuestra amistad no debe solo construirse sobre la fe y las obras, sino también en el amor. Los verdaderos amigos están siempre unidos por el lazo del mutuo amor y confían el uno en el otro. La confianza se basa en el amor. Confiamos en aquel a quien amamos. Pero si no le confío a Dios, ¿cómo puedo ser Su amigo? Solo el amor de Cristo provoca un mutuo amor y mutua confianza. De todas las fuerzas de la naturaleza humana la capacidad de amar a Dios y confiar en Él – es la más luminosa, sublime y poderosa. Él nos amó, y no nosotros a Él, y envió a Su Hijo como propiciación por nuestros pecados. Un pedazo de metal es atraído por un imán y simplemente por contacto también recibe las cualidades del imán. Lo mismo ocurre con el hombre, atraído por la fuerza del Dios del amor empieza a ser capaz de lo que nunca antes era capaz – amar a Dios, amar al prójimo, amar a todos. Si nos hacemos amigos de Dios, «el amor de Dios está derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos es dado» (ver. Rom. 5,5) «y esto no de vosotros, pues es don de Dios: No por obras, para que nadie se gloríe.» (ver. Ef. 2,8).

La relación entre amigos es siempre simple y honesta. Sería totalmente incomprensible una amistad en la que un amigo quedara al margen de los planes y deseos de aquel con quien compartía la amistad, si fuera indiferente e insensible a las dificultades de su amigo. ¿Se puede considerar amigos a aquellos que se evitan mutuamente y quienes al encontrarse sienten cierta tensión extraña y solo esperan despedirse lo antes posible? Igualmente sospechosa parecerá nuestra amistad con Dios si no tenemos conversaciones en oración con Él, o la sed de permanecer en comunión piadosa y apartada con Dios. El santo profeta David dice: «Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía» (Salmo 41, 2). ¿Somos amigos de Dios? ¿Saben de nuestra amistad quienes nos rodean? Uno de los amigos del presidente Lincoln en su lecho de muerte pidió que no incluyan su nombre en su lápida, pidió que escriban en ella: «Aquí yace el amigo de Lincoln». Dios permita que en el corazón y la vida de cada uno de nosotros se pudiera leer siempre: «En el alma de esta persona habita Cristo». Un amigo adquiere un amor sincero y un profundo apego exclusivamente por medio de la amistad, el amor y el apego.

No hay secretos entre amigos. Cuando la comunicación con las personas nos es extraña y a menudo pesada, ello nos empuja a la soledad. La comunicación con las personas generalmente nos predispone a la apertura, les confiamos nuestros secretos, les abrimos lo oculto de nuestra vida, el santo de lo santo de nuestra alma. A los visitantes casuales los recibimos cumpliendo las formas que marca la etiqueta, pero los amigos entran con simpleza y facilidad. «Y dijo el Señor: “ ¿Encubriré yo de Abraham (Mi siervo) lo que deseo a hacer?”» (Gén. 18, 17). Todo lo que sufrimos con el corazón, lo que sentimos en el alma, lo debemos abrir a Dios en la oración y contarle hasta nuestras dudas, miedos y murmuraciones, – esa honestidad solo fortalecerá nuestra amistad con Dios.

Los amigos se apresuran a cumplir los deseos del otro. No pueden existir en una verdadera amistad las severas amonestaciones e indicaciones de la vida diaria – «tú debes, estás obligado». La amistad siempre se caracteriza por la consideración, la obediencia y el agradar el uno al otro. Abraham dejó gozosamente su tierra, su familia, su hogar, y lo hizo porque amaba a Dios y confiaba en Él. Si amamos, intentamos adivinar y anticipar cada deseo de nuestro amado amigo. Él cumple los deseos de los que le temen y los deseos de los justos son solo el bien (ver Salmo 9, 38). Esto también fue característico de nuestros santos. Los verdaderos amigos siempre están dispuestos a defenderse unos a otros. Abraham defendió a Dios, poniéndose de su lado, alejándose de los paganos que lo rodeaban y el Señor anima a su débil amigo: «No temas, Abraham; yo soy tu escudo» (Gén. 15, 1). Cuando defendemos a Dios, Dios defiende nuestros intereses. No te dejaré y no te abandonaré, – «Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida» (Apocal. 2, 10).

La amistad terrenal no es confiable, tiene sus propios plazos limitados. La amistad con Cristo es ilimitada, inmutable, eterna. Hacerse amigo, acercarse al más perfecto de los demás: ¡qué tarea tan bendita e impostergable para cada persona, especialmente para aquellos corazones que recién están entrando en la vida! ¡Qué bendita huella dejará esta santa conexión en el éxito de la vida de los jóvenes que con valentía confiaron su presente y futuro a Dios! 'Ellos serán míos, dice Sabaoth, mi propiedad en el día que yo haga, y tendré misericordia de ellos, como el hombre tiene misericordia del hijo que le sirve' (Mal. 3:17). Especialmente los jóvenes deben recordar esto con firmeza, mientras tengan una conciencia joven que sea sensible, pensamientos claros, una libre voluntad, su corazón, su alma y su mente tengan sed de la verdad y se esfuercen hacia lo alto, porque luego será cada vez más difícil. ¿Cuántos de nosotros estamos matando consciente y persistentemente horas de nuestra vida, perdiendo semanas, corrompiendo meses, asfixiando años, arruinando toda nuestra preciosa y única vida? Entonces, la vida de muchos de nosotros, especialmente aquellos que se acercan al declive, no son libros armoniosos y escritos con talento, sino un montón de palabras vacías y mediocres, frases innecesarias, hechos terribles, buenas intenciones y deseos evaporados y debilitados, casas construidas sobre la arena. Mientras que la palabra de Dios, por boca de San Job el Sufriente, dice: “Amístate ahora con Él y tendrás paz”, amigo mío, hermano mío, el que sufre, seas quien seas, no desmayes (Job 22,21). Cristo el Salvador mismo está llamando a nuestro corazón. A lo largo de los años, Él ha llamado repetidamente a nuestros corazones, a través de todas nuestras caídas, fracasos, enfermedades y faltas. A menudo estamos espiritualmente ciegos y sordos. Pero no existe tal abismo de caída humana del que Él no nos pueda sacar. Ante nosotros está el ejemplo del profeta David.

Los santos que conmemoramos hoy y millones de personas se convencieron del poder salvador de Dios. Dirijámonos a Él: 'En Tu mano encomiendo mi espíritu: Tú me has redimido, oh Señor, Dios de la verdad. Busqué al Señor, y me oyó y me libró de todos mis peligros' (Salmo 33, 5). Todos los santos de todas las épocas y naciones dan testimonio con su gloriosa experiencia espiritual de la posibilidad de la salvación y de recibir de Dios una nueva naturaleza espiritual. Afirman la certeza de la inmortalidad. Ante sus santas hazañas cristianas pierden terreno la desesperación moral, la incredulidad. Esta gran nube de testigos, en particular nuestros santos rusos, nos alienta y certifica que por la fe en Dios el hombre está revestido de poder sobre las leyes de la carne, las vicisitudes de la vida, sobre todos los golpes del destino..... Nuestra vida abunda en ejemplos asombrosos que confirman la validez de esta verdad. Sus páginas contienen el testimonio irrefutable de Dios sobre la posibilidad del cambio espiritual interior que tanto deseamos. Amén.

1958

 
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