27 de mayo de 2012
Santos Padres del Primer Concilio Ecumenico
El apóstol Pablo recomienda, amonesta y exhorta a Timoteo de la siguiente forma: “Conserva sin deformarlo el tipo de palabras sanas que de mi oíste, con fe y la caridad que está en Cristo Jesús. Guarda el precioso depósito por el Espíritu Santo, que habita en nosotros.”(2 Tim, 1, 13-14)
Asimismo, hoy hemos escuchado la lectura del libro de los Hechos en la cual el apóstol advierte a los obispos y presbíteros con las siguientes palabras “Mirad por vosotros mismos y por toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo os puso por obispos para pastorear la Iglesia de Dios, que el hizo suya con su propia sangre, y continúa que: después de mi partida, se introducirán entre vosotros lobos bravíos que no perdonaran a la grey y de entre vosotros mismos surgirán hombres que enseñarán cosas perversas para arrastrar a los discípulos en pos de sí, por lo cual vigilad…”
Luego de ello el apóstol Pablo convoca a los presbíteros con el fin de enseñarles, alentarlos en su tarea, anunciando que el cristiano tiene que sufrir en este mundo y constantemente atravesar pruebas a fin de probar su fidelidad a nuestro Señor, para ello él mismo, nos encomienda a Dios y a la Palabra de su Gracia.
Hoy conmemoramos a los santos Padres del primer concilio ecuménico, para ello vamos a precisar brevemente en que consiste un concilio, y que es una herejía. Un concilio es primeramente una junta de los obispos y otros eclesiásticos de la Iglesia universal, o de parte de ella, para deliberar y decidir sobre las materias de dogmas y de disciplina. Un Concilio puede ser: ecuménico, o general, lo cual se trata de una junta de los obispos de todos los Estados y reinos de la cristiandad, convocados legítimamente, también puede ser local: ya nacional, ya provincial, en el que se reúnen los arzobispos y obispos de una nación o provincia, para tratar un tema particular que le compete a esa región.
Por otra parte, definiremos: herejía, como un error en materia de fe, sostenido con pertinacia, es decir con tenacidad y obstinación. El segundo concilio ecuménico, en el canon sexto, definió a los herejes de la siguiente manera: “Llamamos herejes a quienes desde antaño han sido alejados de la Iglesia y a quienes después de esto han sido anatematizados por nosotros, también a aquellos que a pesar de que fingen confesar nuestra fe, se han separado y han reunido congregaciones en oposición a nuestros obispos canónicos” por lo cual San Juan Crisóstomo, cuando comenta la epístola a los romanos dice: Si alguien no ama a nuestro Señor Jesucristo, que sea maldito, anatema, es decir, que sea excomulgado de todos y que sea extraño para todos".
Desde un comienzo la Iglesia se a basado en el principio conciliar ordenado por Nuestro Señor Jesucristo, al establecer el colegio de los apóstoles y continuado ininterrumpidamente por los Santos Padres y la tradición de la iglesia durante más de dos mil años. Este principio conciliar se encuentra expresado claramente en el noveno párrafo del Credo: "Creemos en la única, santa, conciliar y apostólica Iglesia.”
El principio conciliar se expresa también la proximidad en todos los tiempos de los antiguos Padres y Maestros de la Iglesia, ellos siguen siendo nuestros guías, como lo fueron en su tiempo. La Iglesia se encuentra embebida de Espíritu Único, y por eso desaparece la división de tiempos entre las generaciones cristianas, un cristiano ortodoxo, recibiendo enseñanzas de los escritos apostólicos, de la patrística, de la vida de los Santos, de los libros ceremoniales, entra en comunicación espiritual, fuera del tiempo, conforme expresa el Apóstol Juan: "Lo que hemos visto y oído..., eso os anunciamos a ustedes, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre y con Su Hijo Jesucristo" (1Juan 1:1-3).
El principio conciliar establece que todos los miembros de la Iglesia pertenecen a la una sola y misma fe, que en la antigua Iglesia solía llamarse "fe católica, universal, completa, valida para todo tiempo y lugar," donde compartimos los mismos sacramentos y comulgamos del único Cuerpo de Cristo; teniendo la única sucesión pastoral, los cánones comunes proveniente de los Apóstoles.
No fue, ni es fácil el camino histórico de la Iglesia, de este modo los Santos Padres han representado a la Iglesia en forma de una nave, que navega en los mares de este mundo, estando muchas veces obligada a moverse contra la corriente; debiendo soportar siempre la pugna contra el mundo pecaminoso, manteniendo incólume todo el patrimonio de la Ortodoxia, sin perderlo ni tergiversarlo.
De esto justamente se trató la razón de ser del primer concilio ecuménico, como en los restantes concilios ecuménicos, la Iglesia de Cristo se ve obligada a pronunciarse por boca de los Santos Padres asistidos por el Espíritu Santo, ante los errores que amenazan la unidad de la Iglesia y la pureza de la fe.
Este Primer Concilio Ecuménico fue convocado el 20 de mayo del año 325 por el santo emperador Constantino, llamado: el Grande, por pedido de muchos obispos, en particular San Osías de Córdoba, a causa de la herejía de Arrio. El Concilio tuvo lugar en la ciudad imperial de Nicea, ciudad principal de Bitinia, en el noroeste de Asia menor, y el cual fue presenciado por 318 Padres. Entre los cuales se encontraban: Alejandro, obispo de Alejandría; Eustafio, obispo de Antioquia, Macario, obispo de Jerusalén, Nicolás de Mira en Lycia, Pafnutio de Tebaida, Osías de Córdoba, y entre los clérigos que acompañaron a los obispos, se destacó especialmente, por su elocuencia y conocimientos teológicos San Atanasio el Grande, que en ese momento era un joven diácono de la Iglesia de Alejandría.
La cuestión principal a tratar en este concilio eran las ideas de Arrio, quien negaba la divinidad del Hijo, y su consustancialidad con Padre, diciendo que Cristo: “era una criatura, no siendo consubstancial al Padre y que tampoco era eterno, que no tenía el mismo grado divino y que sólo de un modo alegórico se le llamaba Hijo de Dios”.
Esta herejía produjo una división en el pueblo Cristiano, y por ello el Emperador conociendo esto envió a Osias, Obispo de Córdoba, España, para interiorizarse del asunto, informado el Emperador por Osias, determinó convocar a un Concilio, declaró las enseñanzas de Arrio constituía un terror tremendo, es decir, una herejía inaceptable para la Iglesia y por tanto decretó, que: Cristo es Dios,y que es de la misma esencia divina con el Padre, como consecuencia de ello se redacta y ratifica la primera parte de los siete artículos del Credo que dice: “Creemos en un solo Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un solo Señor Jesucristo, el Hijo unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; nacido, no hecho; consubstancial al Padre, por quien todo fue hecho; que por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos y se encarnó del Espíritu Santo y de María Virgen, y se hizo hombre. Fue crucificado bajo Poncio Pilato, padeció y fue sepultado. Resucitó al tercer día, según las escrituras; y subió a los cielos, y está sentado a la derecha del Padre; y otra vez ha de venir con gloria a juzgar a vivos y a muertos; y su reino no tendrá fin.”
Hasta aquí se redactó en este concilio el símbolo de la fe.
Además de tratarse sobre la cuestión arriana, este Concilio debió fijar para todos la misma fecha de la pascua, que se definió como el primer domingo después de la luna llena de la primavera en el hemisferio norte. Esta fecha es muy cercana al décimo cuarto día de Nisán, en caso que la fecha así determinada coincida o se anticipe a la pascua hebrea catorce de Nisán, la pascua se debe postergar en una semana para así conservar la analogía de la sucesión de los hechos históricos.
También se trataron otras cuestiones como ser sobre jurisdicción y deberes de los sacerdotes y obispos, entre ellas, que los sacerdotes deben ser hombres casados, y también establecieron otros 20 cánones.
El Símbolo de la Fe o Credo, se terminará de confeccionar, es decir los restantes cinco artículos, en el segundo Concilio llevado a cabo en la ciudad de Constantinopla en el mes de Julio del año 381.
Por otro lado, en el Evangelio de hoy, que hemos escuchado, se encuentra el fundamento mismo de las verdades defendidas por los santos Padres en este Concilio, manifiesto ello, cuando nuestro Señor dice que: “esta es la vida eterna; que te conozcan a ti el sólo Dios verdadero y a quien enviaste, Jesucristo. Yo te glorificaré sobre la tierra, consumando la obra que Tu me has encomendado hacer, y ahora glorifícame Tu Padre, cabe ti mismo con la gloria que cabe ti yo tenía antes que el mundo fuese…”
Por último, Nuestro Señor al dirigirse a su Padre pidiendo por los suyos, y no por el mundo, reza que todos sean uno como El lo es con el Padre, y pide que sean consagrados a la Verdad, puesto que la palabra de Dios es: “La Verdad”; asimismo, Cristo no solo reza por sus discípulos, sino también por aquellos que crean en El por medio de su palabra, para que nuevamente todos sean uno, como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, a quien amó antes de la creación del mundo. Puesto que: “Conocieron que de ti salí, y creyeron que Tú me enviaste”.Amén
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