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14 de octubre de 2015

Sermón para el dí­a del manto protector de la Santí­sima Madre de Dios

Hoy la Virgen está invisible en el templo y con el coro de los santos ora a Dios por nosotros (Kondakio de la fiesta).

A principios del siglo X, en el año 910 después de Cristo, en tiempos del emperador griego León el Sabio y el patriarca de Tarasios, en la Iglesia Blaquernas en Constantinopla, durante la vigilia pernocturna la Madre de Dios se hizo visible con los coros de los ángeles y los santos a algunos elegidos. Cubriendo con su omophorion (manto protectro) el pueblo presente en la iglesia, Ella oró a su Hijo y Dios que los salve de sus enemigos que amenazaban con destruir la capital, y con la esclavitud y la muerte para la gente. Por la intercesión de la celestial Protectora, el enemigo fue expulsado y la ciudad se salvó.

En memoria de la misericordiosa protección de la Madre de Dios también otorgada a nuestra patria, la Iglesia Ortodoxa Rusa desde la antigíüedad estableció celebrar anualmente el recuerdo del Manto Protector de la Hace más de mil años que existe el reino ruso y es difí­cil enumerar la cantidad de veces que la Intercesora celestial lo ha protegido de las desgracias con sus oraciones al Dios de los Poderes. Pero, al proteger a toda la patria, a todo el pueblo, Ella también extiende su Manto Protector sobre las ciudades, y también sobre personas en particular. Todo ortodoxo lo sabe porque las ciudades, pueblos y la vida de muchos cristianos ortodoxos están colmados de ejemplos de esta protección e intercesión. En honor a la fiesta y para nuestra instrucción, conversaremos, hermanos, sobre cuánto necesitamos de las oraciones de intercesión de la Madre de Dios por nosotros.

Hermanos, nosotros no comprendemos en lo más mí­nimo cuán necesarias nos son las oraciones de la Madre de dios por nosotros, y para ver esa necesidad necesitamos de un ojo o una mente mucho más pura y clara que la nuestra. Sólo nuestra tierna madre, la luminosa Iglesia, ve en toda su plenitud la necesidad que tenemos de la intercesión de la Madre de Dios ante el Creador, y por ello, cada vez que comienza a rezar a Dios con nosotros, indefectiblemente invoca a La elegida de entre todas las mujeres, a Quién está más alto que toda criatura terrenal y celestial, y por Su mediación pide que se nos otorgue algún bien, o que se nos libre de alguna desgracia, de tal manera que es difí­cil encontrar una oración en la que no se mencione a la Santí­sima Madre de Dios. ¡Y esto es muy justo! Porque siendo la Madre del Verbo Dios, Ella se encuentra más cerca que nadie del Trono de la Divinidad, y en consecuencia, mucho puede hacer para lograr la compasión del Soberano. Somos pecadores e Desde que el hombre perdió su inocencia, la felicidad y la inmortalidad, hasta el dí­a de hoy es una terrible imagen de las calamidades que lo atacan, tanto internas como externas, las espirituales y las fí­sicas, por lo que es imposible alguien no vea que hay un yugo pesado sobre todos los hijos de Adán, desde el momento en que salen del vientre de su madre hasta el dí­a de su regreso a la madre de todos (Sir. 40, 1), es decir, la tierra.

Habiendo perdido hace mucho tiempo su estado de felicidad, el hombre tiene ahora poca fe en la promesa de su bienaventuranza celestial, no quiere entender que la vida real no es una vida en el sentido propio, porque no es más que una preparación para la vida en el cielo, y por lo tanto se da aquí­ mismo rienda suelta haciendo a menudo de su vida un espectáculo de violentas pasiones. Se divierte con su vida como con un juguete, sin tener siquiera la curiosidad de saber qué será de ella cuando se rompa - no lo usa como dicta el sentido común que dice que la vida de un ser racional debe tener un propósito sin duda razonable, espiritual. Por otro lado, viviendo principalmente en enfermedades, dolores, aflicciones, en agotadoras inquietudes, pero inútiles para el alma, a menudo sucumbe ante la carga, al no encontrar un alivio y consuelo. ¡Cuán necesario y cuán gratificante serí­a en esta situación tan miserable encontrar en el cielo una persona que nos tenga el más sincero, tierno amor, que tenga un gran poder ante Dios y que por su intercesión nos ayude según nuestras oraciones a través del discernimiento su luz celestial que nuestra mente se desprenda un poco de la tierra, nos instruya para la salvación evitado tentaciones o ayudándonos a superarlas y para mitigar la crueldad de nuestras aflicciones, enfermedades y otras desgracias! Los cristianos tienen Esta persona luminosa - la Madre de Dios. Siendo la elegida de todas las mujeres del mundo, que hayan existido en todo tiempo y todo lugar, es natural que tenga compasión de las personas siendo igual a ellos en naturaleza, y tiene compasión ya no es sólo de cada hombre individualmente, pero de la mayor parte de todo el pueblo, porque ningún corazón humano es capaz de amar a todas las personas de la manera que ama la Madre de Dios. Sólo un corazón puro puede amar a todas las personas, y no existe entre el género humano un corazón más puro que el de Marí­a. A veces amamos a un hombre pobre o desgraciado, pero no podemos ayudarlo. Al dolor de la compasión en este caso se suma a una nueva sensación dolorosa: la incapacidad para ayudar a los desafortunados. Con la Madre de Dios eso no puede ser. Si Ella quiere ayudar a los desafortunados, que con una fe viva se dirigen a la Madre de Dios, Ella no puede no ayudarlos. Como Madre del Hijo Todopoderoso y Dios, de alguna manera, Ella también es todopoderosa.

Dios dispuso tener misericordia de nosotros infinitamente más merced de las oraciones de Su Madre muchos que por las oraciones de todos los demás santos, por la altura de Su servicio al misterio de la redención, y por lo tanto escucha todas las oraciones de Su Santí­sima Madre, ya que todas Sus oraciones son santas y agradables a Él. Así­ que, si quieren salvar vuestras alma de la muerte eterna, liberarse de la esclavitud de las pasiones, sobrellevar fácilmente la enfermedad, el dolor y la angustia de la vida, dirí­janse con diligencia, hermanos, con vuestras oraciones a la Madre de Dios. Pí­danle Su suprema ayuda y consuelo – pidan con fervor y sin descanso – como si la vieran ante sus ojos en su gloria divina, y seguramente obtendrán su ayuda. Ella seguramente los cubrirá con su Manto de protección. Vosotros mismos lo verán, lo sentirán, todo será tan fácil, están pací­ficos y felices. Y si no reciben lo pedido, cúlpense sólo a sí­ mismos: quiere decir que no fueron sinceros y dignos en sus oraciones. Hermanos mí­os, ¿quién más que la Madre de Dios nos puede defender y escuchar nuestras oraciones? A pesar de que Ella ahora está en el cielo, con toda la gloria celestial, pero Ella es de nosotros, de nuestra tierra pecaminosa: vivió aquí­ como nosotros, y también experimentó mucho dolor. ¿Cómo no habrá de escucharnos desde allí­, cómo no intercederá por los Suyos?!

Hermanos, nunca se debe olvidar que Ella es Santí­sima y no le gusta la iniquidad. Por lo tanto, cuando en nuestras oraciones pidamos Su intercesión para con nosotros ante Dios, tratemos de alejarnos de todo pecado como de la suciedad que aleja de nosotros los ojos y los oí­dos de nuestra Defensora celestial y que trae sobre nosotros la ira de los cielos.

Acudamos a Su soberano Manto Protector con un corazón puro en nuestras tentaciones, aflicciones y enfermedades, y confiemos en Ella nuestra firme esperanza. Entre las calamidades de la vida, preparémonos para la vida donde no hay dolor, donde la alegrí­a y la paz son eternas, entonces a la Reina Celestial le será agradable salvarnos de todo daño y nos guiará al puerto sereno celestial. Cúbrenos, Señora, son tu honorable manto y lí­branos de todo mal, rezando para que Tu Hijo, Cristo nuestro Dios, salve nuestras almas. Amén.

San Juan de Krondstadt

 
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