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09 de agosto de 2016

La Transfiguración De Nuestro Señor

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo.

Ocurre a veces, que una persona a la que conocí­amos de cerca, que creí­amos conocer bien, hasta lo más profundo, repentinamente se nos aparece como nunca antes la habí­amos visto, ni siquiera hubiéramos intuido. Eso ocurre cuando nos llega hasta lo más recóndito la revelación del amor, cuando vemos a esa persona con nuevos ojos, cuando la vemos como la ve Dios: en gloria, como imagen de Dios que brilla desde lo más profundo de su ser, imagen que generalmente nos es oculta y velada tanto a causa de nuestra ceguera, como por la imperfección de la persona.

Pero también ocurre que vemos a esa persona de una nueva manera cuando ella esta colmada de una alegrí­a o una pena tan grandes que desde lo más profundo de su ser surge la luz. Ocurre que la alegrí­a transfigura al ser humano, pero también pasa que el dolor agudo y terrible de la pena se hunde hasta lo más recóndito de la persona, y en ese momento la pena y el dolor no se transforman en amargura, resentimiento u odio, sino que la pureza del sufrimiento brilla del mismo modo que resplandeció para muchos desde Cristo crucificado. A partir de estas imágenes podemos comprender lo que ocurrió en el monte Tabor cuando nuestro Señor estaba entre Moisés y Elí­as: uno en representación de la Ley y el otro en representación de los Profetas, hablando con ellos sobre lo que debí­a ocurrir, sobre el hecho de que Él se dirigí­a a la muerte, a la crucifixión por amor Divino y por Su entrega humana para la salvación del mundo. En ese momento brotó la luz Divina que cubrió todo Su ser y en respuesta, se reflejó Su naturaleza humana. Fue un momento en el que Cristo en Su humanidad, con entrega humilde y triunfante, se entregó a sí­ mismo a la Cruz.

Y entonces Sus discí­pulos lo vieron tal cual era: el cordero de Dios, crucificado para la salvación del mundo mucho antes de que existiera todo el mundo. Para entrar en esa visión, ellos mismos debí­an conectarse en cierta manera con lo que estaba ocurriendo. La Sagrada Tradición dice que esos tres apóstoles simbolizaban: Pedro, la fe; Juan, el amor y Santiago, la rectitud. Desde lo profundo de su ser captaron algo de lo que estaba pasando, vieron la luz que emanaba de Cristo sobre lo que lo rodeaba, luz que hací­a Sus vestiduras blancas como la nieve, y que iluminaba todo causando que todo repercutiera y se reflejara como vida. Y ellos entraron en la gloria de Dios, en esa nube que iluminaba el monte del Sinaí­ cuando Dios hablaba con Moisés cara a cara, como con Su amigo. Y se sentí­an tan bien que no necesitaban nada más que estar ante la gloria del Señor.

Pero ellos no captaron la razón, no entendieron que les fue revelada la gloria Divina porque su Maestro, Señor y Amigo iba a la muerte. Ellos querí­an permanecer en esa felicidad, no separarse más del Cristo transfigurado: pero esa separación era la causa por la que vinieron Elí­as y Moisés a conversar con el Salvador. Cuando los discí­pulos quisieron quedarse, Cristo les contestó: “No” y les llevó al valle: desde la altura de la gloria del Tabor al horror de la tragedia y la necesidad terrenales. Allí­ encontraron al padre que estaba desesperado por la salvación de su hijo, encontraron a los demás apóstoles del Salvador que no podí­an ayudar a ese padre con su hijo...

El Tabor y la gloria están indisolublemente ligados con el regreso a la oscuridad y con la crucifixión, la muerte, con el descenso de Cristo al hades. Y solo después de eso, cuando todo se cumple, solo entonces puede resucitar el Señor en su inalienable gloria. Entendamos que cuando nos es dado ver a una persona o al Dios Vivo en esa gloria, eso nos dice que llegó el momento de, mirando con detenimiento el misterio del Tabor, entremos al mundo, al trágico mundo, a la oscuridad terrena, para llevar allí­ la luz que brilla aún en la oscuridad y que la oscuridad no puede abarcar: ese es nuestro llamado, como fue el llamado de los apóstoles, y como fue la misión de Cristo. Es como si el Señor nos dijera: “Ahora están en el monte de la Transfiguración, ya han visto a Cristo presto a ser crucificado por la vida del mundo, vayan ahora con Él, vayan en Su nombre, y acerquen las personas a Él para que pueden también ser vivificadas”. Amén.

 
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