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Iglesia Ortodoxa Rusa en la Argentina - Fiesta de la Dormición de la Santí­sima Madre de Dios
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28 de agosto de 2016

Fiesta de la Dormición de la Santí­sima Madre de Dios

Sermón del Domingo 28 de Agosto de 2016 - Fiesta de la Dormición de la Santí­sima Madre de Dios Filip. 2, 5-19

Lucas 10, 38-42, 11, 27-28

“En el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu santo”

“Oh Madre de Dios, en el nacimiento has conservado la virginidad y en la Dormición, no has abandonado al mundo. Te has trasladado a la vida, siendo la Madre de la Vida; por tus oraciones libra, a nuestras almas de la muerte. “Tropario

Hoy la Santa Iglesia celebra la Fiesta de la Dormición y Asunción a los cielos de nuestra Soberana Señora, la Santí­sima Madre de Dios y Siempre Virgen Marí­a.

Ninguna persona en la Iglesia conoció gracia tan grande, recibida de Dios! Pero también, ninguna otra persona se consagró tan tempranamente y sin reservas, a la voluntad divina. La Santí­sima Madre de Dios, ingresó al servicio del Templo siendo una niña, y cuando fue solicitada por Dios, al momento de la anunciación contestó: “he aquí­ la sierva de Dios, hágase según tu palabra”. Por eso Dios la colmó de gracias y le cantan loas todas las generaciones como muy bienaventurada. Además la Iglesia no se limitó en proclamarla Santa, sino que la proclamó Santí­sima. Ya que recibió en su vientre toda la plenitud de la Divinidad encarnada; por esto es natural que no baste un solo apelativo para expresar toda la grandeza del misterio de la toda santa.

Cuenta la santa tradición, que después de la ascensión del Señor, la Madre de Dios permaneció bajo el cuidado del apóstol y evangelista Juan, y durante los viajes de este, ella solí­a quedarse en la casa de sus allegados cerca del Monte de los Olivos. Su función en la primitiva iglesia fue ser fuente de consolación y de edificación tanto para los apóstoles como para los el resto de los creyentes.

Ahora, las circunstancias en que sucedió la dormición de la Madre de Dios se conocieron en la Iglesia Ortodoxa desde tiempos apostólicos.

Ya en el primer siglo de la cristiandad, San Dionisio el Areopagita escribió sobre su “dormición”. En el siglo II, la historia de que su cuerpo subió a los cielos la encontramos en las obras de Melitón, Obispo de Sardis. En el siglo IV, San Epifanio de Chipre hace referencia a la tradición sobre la dormición de la Madre de Dios. En el siglo V, San Juvenal, Patriarca de Jerusalén, le dice a la Emperatriz Bizantina Pulqueria: “pese a que no existen datos sobre su muerte en las sagradas Escrituras, sabemos sobre todo esto de la más antigua y creí­ble tradición”. Dicha tradición fue expuesta en la historia de la Iglesia de Nicéforos Callistos durante el siglo XIV.

La dormición aconteció cuando la Santí­sima Virgen Marí­a se encontraba orando en el Monte de Eleón, cerca de Jerusalén, apareciéndosele el Arcángel Gabriel, quien le comunicó que en tres dí­as su vida terrenal iba a llegar a su fin, y que el Señor se la llevarí­a consigo.

Conocida la noticia por los Apóstoles, quienes residí­an en distintos paí­ses, se reunieron en Jerusalén. En el momento del deceso de la Virgen Marí­a, una luz extraordinaria iluminó la habitación, y se presentó el propio Jesucristo, rodeado de Ángeles y tomó su purí­sima alma. Pasado el hecho, los Apóstoles enterraron el santo cuerpo de la Madre de Dios, de acuerdo a su voluntad, al pie de la montaña de Eleón, en el jardí­n de Getsemaní­, en la gruta donde se encontraban los cuerpos de sus padres y el de San José. Durante el entierro ocurrieron muchos milagros, entre los cuales se cuenta que con sólo tocar el lecho de la Madre de Dios, los ciegos recobraban la vista, los demonios eran alejados y cualquier enfermedad era curada.

Tres dí­as después de acaecido el entierro de la Madre de Dios, llegó a Jerusalén el Apóstol Tomás, que no pudo arribar a tiempo; Tomás se entristeció mucho por no haber podido despedirse de la Santí­sima Virgen Marí­a y, con toda su alma, expresó su deseo de venerar su purí­simo cuerpo. Al dirigirse a la gruta donde fue colocado el cuerpo de la Virgen Marí­a, el mismo no fue encontrado en el sepulcro, tan sólo hallaron en el las mantas funerarias. Los Apóstoles perplejos retornaron a su residencia. Al anochecer de aquel dí­a, mientras rezaban, oyeron un canto angelical y al levantar la vista pudieron ver a la Virgen Marí­a, rodeada de Ángeles y envuelta en un brillo de gloria celestial, Quien les dijo a los Apóstoles: '¡Alégrense! ¡Estaré con ustedes todos los dí­as!', es decir siempre. La Madre de Dios de tal manera prometió a todos los fieles de Cristo ser su auxiliadora e intercesora, por lo que ella es nuestra Madre celestial.

Por su gran amor y su ayuda todopoderosa, los cristianos desde tiempos remotos venimos y acudimos a Ella para pedir ayuda y la llamamos 'Fervorosa Intercesora del género humano,' 'Consuelo de todos los afligidos' y quien 'no nos abandona después de Su dormición.'

Asimismo, afirmamos que la Santí­sima Virgen Marí­a es ejemplo más perfecto para todos aquellos que tratan de complacer a Dios y de hacer su voluntad. Ella fue la primera que decidió entregar su vida enteramente a Dios, dando a conocer con gran fuerza y belleza sus virtudes, entre las que destacamos: la humildad, la fe inquebrantable, el valor, la paciencia, la esperanza en Dios y el amor hacia Él. Por eso, que nosotros, los ortodoxos, la veneramos con tanta y gran devoción y tratamos de seguir Su ejemplo.

Hoy el Santo apóstol Pablo nos llama a que nos ocupemos ante todo por nuestra salvación con suma dedicación, sabiendo que es lo más importante, ya que de ello se trata el sentido último de nuestra existencia. Llevando adelante nuestra vida sin mancha, siendo luz del mundo conforme al mandato del divino maestro, sostenidos por la fe en la palabra divina que da vida perfecta y plena. En esto podemos ver una relación con el Evangelio que se lee en todas las fiestas de conmemoración de la Santí­sima Virgen.

En dicho Evangelio leemos que Jesús yendo de camino, entró en una aldea; y una mujer llamada Marta le recibió en su casa. Esta tení­a una hermana que se llamaba Marí­a, la cual, sentándose a los pies de Jesús, oí­a su palabra. Pero Marta se preocupaba con muchos quehaceres, y acercándose, dijo, casi como con reproche: Señor, ¿no te da cuidado que mi hermana me deje servir sola? Dile, pues que me ayude. El divino Maestro le respondió: “Marta, Marta, afanada y turbada estás con muchas cosas. Pero sólo una cosa es necesaria; y Marí­a ha escogido la buena parte, la cual no le será quitada” En esto podemos observar que la santí­sima Madre de Dios es el ejemplo perfecto del equilibrio entre la vida contemplativa representada por Marí­a la hermana de Marta y la vida activa hecha visible por esta última. Sabemos de sobra que la santí­sima virgen se afanaba primeramente por servir a Dios, por vivir en su perfecta compañí­a, siendo que todas las maravillas que Dios le prodigaba, todo lo que Ella contemplaba y serví­a lo guardaba en su corazón, conforme el testimonio mismo de las Escrituras Santas.

Seguidamente la segunda lectura del Evangelio hace el siguiente relato:

“Mientras Jesús decí­a estas cosas, una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. A lo que Cristo contestó: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y la guardan”.

Cualquiera podrí­a suponer y hasta sospechar que esta contestación vendrí­a a desmerecer a su santa madre, pero no, todo lo contrario, su divino hijo con su respuesta confirma que la toda santa, la Παναγιά, Panagia, recibe su pleno y claro reconocimiento, por ser Ella, quien mejor ha vivido y encarnado el Evangelio divino. Puesto, que Ella guardaba la palabra de Dios en forma perfecta, en lo cual consiste la verdadera bienaventuranza. Por todo esto, queridos hermanos, pidamos, entonces a la Santí­sima Madre de Dios, que nos de fuerza y nos acompañe para escoger conforme hizo Marí­a en el Evangelio, la mejor parte, la cual no nos será quitada. Amen.

 
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