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17 de julio de 2018

En El Centenario Del Martirio De Los Santos Mártires Imperiales

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo.

¡Queridos hermanos!

En la mirí­ada de Santos nuevos mártires de Rusia, la familia imperial ocupa un lugar absolutamente especial.

La lectura del Apóstol del dí­a de hoy nos acerca las siguientes palabras: Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó… ¿Quién acusará á los escogidos de Dios? Dios es el que los justifica (Romanos 8, 30 y 33).

El vil asesinato de los miembros de la familia imperial y sus fieles servidores, el infame encubrimiento y destrucción de los cuerpos, hasta la indigna discusión e investigación de los supuestos restos de la familia real que se dio en la década del 90 fueron pensados por sus organizadores solo para sumir a la familia imperial en la más profunda deshonra e injuria. Llenos de dolor, horror y vergíüenza vemos el final de la familia real y sus allegados. “¿Así­ que mueren los elegidos del Señor? ¿Aquellos que llamó y justificó?” es lo que nos podemos preguntar de cara a su muerte.

El apóstol San Pablo responde a esta pregunta o duda de la siguiente manera: A los que antes conoció, también predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que Él sea el primogénito entre muchos hermanos (Romanos 8, 29).

Observen la muerte de nuestro Señor: Él también fue sometido a esa deshonra, a azotes, burlas, la muerte en la cruz y hasta su rápida sepultura fue denigrante, ya que sus asesinos querí­an cumplir con la Ley de Moisés sobre el descanso sabático. Aquel que vino al mundo para cumplir y la ley y no para transgredirla (San Mateo 5, 17) fue sometido a esa misma ley por sus asesinos.

Las palabras del Apóstol sobre la predestinación aclaran que el infame final de la familia imperial fue a la vez un gran don de la misericordia de Dios: los asesinados se convirtieron en hermanos del “Primogénito”, ya que fueron conocidos y predestinados, y de tal manera, justificados por el propio Señor.

Cuando habla de los elegidos, el Apóstol pregunta y recuerda: ¿Quién acusará á los escogidos de Dios? … ¿Quién es el que condenará? … ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? (Romanos 8, 33-35). Ni la humildad de la familia imperial y sus servidores, ni su profunda fe, ni su devoción, ni siquiera su amor por la Iglesia son el fundamento de su santidad, son santos sólo por ser elegidos de Dios. Ellos fueron predestinados y elegidos, llamados por Dios a la santidad. ¿Quién los condenará? – pregunta el santo apóstol. ¿Quién se atreverá a condenar o enjuiciar a aquellos que Dios eligió? Durante décadas los ateos justificaban polí­ticamente el asesinato de la familia imperial. A Nicolas II lo llamaron “sangriento”. Sus cuerpos fueron destruidos, quemados y enterrados en un lugar ignoto. Los asesinos trataron de cubrir todo rastro de su crimen. Durante décadas los ateos hablaron de la familia imperial en un tono despectivo, aumentaron las acusaciones contra ellos, los condenaron. Es decir, hicieron todo lo posible por mancillar su memoria y borrar todo recuerdo de ella. ¿Pero es acaso posible sacar de la memoria a los elegidos de Dios? ¿Quién nos apartará del amor de Dios? – pregunta el Apóstol (Romanos 8, 35). Nadie puede separarnos de estos elegidos y predestinados, ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo bajo, ni ninguna criatura nos podrá apartar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8, 38-39).

¡Cuánta verdad se nos revela en estas palabras al relacionarlas con el sangriento final de la familia imperial! Aquellos que adquirieron el amor de Dios no pueden ser borrados de nuestra memoria. Ellos pueden ser calumniados, vituperados y despreciados, pero ellos fueron llamados a la santidad. Y teniendo en cuenta que fueron elegidos, ¿se puede siquiera analizar si fue correcto canonizar a los mártires imperiales? Sí­, se puede. Pero solo si consideramos que debemos “reconocer” su santidad y que tenemos el derecho de decidir sobre ella. Pero entonces, al mismo tiempo pecamos ante Dios, porque ponemos en tela de juicio que la familia imperial fue elegida y glorificada por Dios. Si fue llamada por el Señor a la santidad, entonces recémosle a estos santos pidiéndoles su intercesión. Ellos escucharán nuestros ruegos y nos enviarán su ayuda y protección.

En una de sus últimas cartas antes de morir, la Gran Princesa Olga escribió: “Mi padre les pide a todos los que le permanecieron fieles… que no tomen venganza por él, ya que el perdonó a todos y reza por ellos… el mal actual del mundo se tornará más fuerte, pero el mal no se vence con el mal, sino solo con el amor”.

Leyendo estas palabras, involuntariamente pensamos en las palabras del apóstol Pablo cuando llamaba a la iglesia de Corinto al amor: Nos maldicen y bendecimos (1 Corintios 4, 12). Todo aquel que lo siguió a Cristo y está llamado a la santidad, ama a sus enemigos y reza por quienes lo persiguen (San Mateo 5, 44). El Señor nos llamo a la perfección y nosotros debemos ser perfectos, como nuestro Padre es perfecto (San Mateo 5, 48). El escalón más alto de la perfección es la santidad. Todos estamos llamados a la santidad, aún si el camino es difí­cil, lleno de espinas y solo unos pocos lo pueden transitar.

San Ambrosio escribió que aquel que sigue el camino de la perfección, calla cuando lo acusan injustamente, no contesta cuando lo vituperan. Aquel que alcanzó la perfección, bendice a quien lo maldice, siguiendo las palabras del Apóstol: Nos maldicen y bendecimos (1 Corintios 4, 12; comparar con San Ambrosio, “Sobre las obligaciones”, tomo 3, apartado 235). Aquel que alcanzó tal perfección, perdona con amor la injusticia a la que es sometido y reza por los que lo odian y mancillan.

El Zar llegó a esa perfección antes de su muerte, como lo testimonia la carta de Princesa Olga citada. Y hoy en el tropario de la fiesta alabamos esa perfección diciendo: “por ello fuiste coronado con la corona del martirio en los Cielos junto con tu zarina, tus hijos y tus servidores por Cristo nuestro Dios, por lo tanto ruégale a Él que se apiade de nuestra nación y salve nuestras almas”. Amén.

 
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