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01 de marzo de 2019

Metropolitano Filaret (Voznesensky): Domingo del Temible Juicio

SAN MATEO 25: 31-46

Y cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará sobre el trono de su gloria. Y serán reunidas delante de él todas las gentes: y los apartará los unos de los otros, como aparta el pastor las ovejas de los cabritos. Y pondrá las ovejas á su derecha, y los cabritos á la izquierda.

Entonces el Rey dirá á los que estarán á su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fuí­ huésped, y me recogisteis; Desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis á mí­. Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos? ¿ó sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos huésped, y te recogimos? ¿ó desnudo, y te cubrimos? ¿í“ cuándo te vimos enfermo, ó en la cárcel, y vinimos á ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis á uno de estos mis hermanos pequeñitos, á mí­ lo hicisteis. Entonces dirá también á los que estarán á la izquierda: Apartaos de mí­, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y para sus ángeles: Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; Fuí­ huésped, y no me recogisteis; desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, ó sediento, ó huésped, ó desnudo, ó enfermo, ó en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá, diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis á uno de estos pequeñitos, ni á mí­ lo hicisteis. É irán éstos al tormento eterno, y los justos á la vida eterna.


Al acercarnos paulatinamente a la Gran Cuaresma, la Iglesia dedica el domingo de mañana al recuerdo del Temible Juicio de Cristo, que fue relatado por Él mismo en detalle a Sus discí­pulos en el sermón evangélico que, si Dios lo permite, escucharemos mañana durante la Liturgia. Hace dos semanas comenzó la preparación para la Gran Cuaresma. La Iglesia nos ofreció la lectura del Evangelio sobre el publicano y el fariseo, mostrándonos cómo se debe rezar a Dios, ya que la cuaresma es eminentemente un tiempo de oración. Luego, devino el próximo domingo del Hijo Pródigo cuando la Iglesia conforta y alienta al hombre agobiado por la conciencia de su pecaminosidad proponiéndole la lectura de la parábola en la que vemos cuán misericordioso es el Señor para con Su hijo perdido pero retornado en contrición y arrepentimiento. Como lo dicen las oraciones en la iglesia, Él lo recibe con amor, sin interpelarlo, sin reproches por lo que hizo, sino solo con amor y perdón.

Pero hay almas duras como una piedra que no se ablandan ni con esos ejemplos enternecedores mencionados, y para ellos es que la Iglesia ofrece mañana la prédica del Salvador sobre el Temible Juicio, para ayudar a que su corazón endurecido y constreñido por los pecados se estremezca y enternezca.

Hoy, sábado, la Iglesia nos invita a recordar y rezar por todos los cristianos ortodoxos difuntos en todo el mundo y de todos los tiempos. Ello es natural… al dirigir nuestra atención al Temible Juicio de Cristo, la Iglesia nos recuerda a aquellos que también se presentarán ante ese juicio como nosotros, pero que ya partieron de esta tierra. Y como dicen los Santos Padres, allí­ ya no hay arrepentimiento. San Gregorio el Teólogo decí­a: Dios determinó la vida en la tierra como el momento del hacer, del esfuerzo; y la vida después de la muerte, como sabemos, es el tiempo del examen de lo realizado y la recompensa. Cuando el hombre termine su camino en la tierra, la muerte cercena el tiempo de arrepentimiento personal. La Iglesia nos dice que si el alma de una persona partió en pecado, sin haberse arrepentido, esa carga pesada del pecado lo martiriza en el otro mundo, esa alma sufre. ¡Pero su destino tiene esperanza! Esa persona ya no puede rezar o interceder por sí­ misma, el tiempo de su arrepentimiento ya se terminó, pero la Iglesia no la abandona y reza para que el Señor le perdone sus faltas y le otorgue un bienaventurado lugar en la eternidad.

Leyendo la vida de los Santos vemos muchos ejemplos en los que las oraciones de la Iglesia, la oración de los familiares y amigos elevada en el seno de la Iglesia, le fueron de irrefutable y gran ayuda al alma de la persona que partió al otro mundo en un estado penoso… pero no sin esperanza. Así­ es que la Iglesia nos insta a rezar por aquellos quienes se presentarán en el Temible Juicio, pero que ya no pueden modificar su sino. Por ello la Iglesia nos llama a elevar nuestras oraciones por ellos ya que estas oraciones son agradables a Dios.

¿Y nosotros? Mañana recordaremos el Temible Juicio, pero, ¿recordamos con la debida frecuencia sobre esa prueba final? Cuando un estudiante debe rendir un examen difí­cil, se preocupa, está nervioso, tiene miedo, se esfuerza para prepararse debidamente en la medida de sus posibilidades. Y este será un temible examen, el último, después del cual no tendremos ningún recuperatorio en la eternidad. Sin embargo, es increí­ble la ligereza con la cual el hombre se comporta en relación con ese último momento de su vida, ante la eternidad que se despliega ante sus ojos por doquier, y casi sin pensar siquiera en ello. No estará de más recordar también las palabras de un asceta: “Me estremezco de solo pensar en el último juicio, pero creo que allí­ me sorprenderé, en especial por tres cosas. En primer lugar, que a la diestra del Justo Juez no veré a muchos de los que pensaba ver; más me sorprenderé cuando a la derecha del Juez, vea a muchos que no esperaba ver allí­; y más que nada, me sorprenderé si yo mismo soy llamado a la diestra de nuestro Señor”. Así­ hablaba la humidad de un hombre recto que veí­a sus pecados, pero que no notaba sus virtudes, ya que el Señor guí­a con tanta sabidurí­a a Sus fieles siervos, que sus virtudes son vistas por otros, pero no por ellos, aunque por otro lado, ven sus pecados y los sienten con dolor.

San Filaret, Metropolitano de Moscú, en uno de sus grandes sermones decí­a: “Recuerda, ¡oh, hombre! Que el Señor no te muestra la imagen de Su último juicio con antelación, para que ahora, mientras todaví­a tienes tiempo, tú corras de la siniestra a la diestra”. Si tu conciencia es sensible, si ella te acusa de tus pecados, sin lugar a dudas, no puedes no temer a este juicio, porque te amenaza quedar a la izquierda. Pero para ello es que el Señor te revela lo que ocurrirá allí­, para que tomes conciencia mientras todaví­a hay tiempo, antes de que se termine tu vida terrena, mientras sigues siendo su amo y señor, ya que de tu plena libertad depende cómo te determinarás en relación con la eternidad. Utiliza ese camino de libertad para servir a Dios y pasar de la siniestra a la diestra. ¡No es tarde aún! ¡Todaví­a tienes tiempo! Tarde es para nuestros hermanos que terminaron su camino en la tierra, pero para nosotros todaví­a es tiempo de arrepentimiento, de corrección. Como decí­a San Gregorio el Teólogo: “es tiempo de actuar”. Que no pase ese tiempo de manera infructuosa, sino que nos ayude el Señor a dar buen fruto para el Reino de los Cielos. Amén.

 
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