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09 de julio de 2020

Sermón sobre los dos banquetes De San Juan de Shangai y San Francisco

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espí­ritu Santo.

Hoy se nos presentan los dos banquetes mencionados en las lecturas del Evangelio.

Uno de los banquetes, descripto en la parábola, es organizado por un rey colmado de buenas intenciones y misericordia. Sin embargo, los llamados al banquete no acudieron cuando todo estuvo listo.

Prefirieron ocuparse de otras cosas: quien de compras, quien de sus labores domésticas; otros, habiendo atrapado a los enviados, los ultrajaron y hasta mataron a algunos. El rey, enfurecido, castigó severamente a los culpables y nuevamente envió a sus siervos a invitar al banquete a todos a quienes encontraran en su camino. Se reunieron muchos, y cuando el rey vino a verlos, observó que uno no tení­a vestido de fiesta. El rey le preguntó por qué no vino vestido como corresponde, pero este permaneció en silencio, demostrando así­ desdén para con el rey y su falta de deseo de participar de las celebraciones, por lo que fue echado fuera. Así­ fue que muchos fueron los llamados a este banquete, pero pocos resultaron elegidos y participantes de la velada.

Está el otro banquete, no el de la parábola, sino el real. Es el banquete del inicuo Herodes. Por lo visto, nadie de los llamados se negó a venir a este banquete, todos estaban vestidos de fiesta y estaban disfrutando grandemente. Este banquete estuvo colmado de borracheras, juergas, no restringido por la vergíüenza y la conciencia, y terminó con el mayor crimen, el asesinato de San Juan el Bautista.

Estos dos banquetes son el ejemplo de dos órdenes de vida, dos tipos de placer. El primero es la imagen de una fiesta espiritual, del disfrute espiritual que es arreglado por el Señor. Ese banquete es la Iglesia de Cristo. Somos invitados a esa fiesta cuando somos llamados a participar en los servicios divinos, especialmente en la Divina Liturgia, y recibir la Comunión del Cuerpo Divino y la Sangre de Cristo; a hacer el bien; a estar atentos y vivir en sobriedad. Nos negamos a ir a este banquete cuando no vamos a los servicios de la iglesia, cuando en lugar del bien hacemos el mal, cuando preferimos los cuidados y placeres mundanos a la vida divina. No venimos en ropa de boda cuando traemos un estado de ánimo extraño y pecaminoso a esa vida. Cada uno de nosotros está invitado a esa celebración muchas veces al dí­a y se niega cada vez que prefiere lo carnal y pecaminoso a lo espiritual y divino.

También estamos invitados muchas veces al dí­a al banquete de Herodes. A menudo no nos damos cuenta de inmediato de que el mal nos tienta. El pecado siempre comienza con cosas pequeñas. Al principio Herodes incluso escuchó a Juan el Bautista de todo corazón y con placer, en su interior reconocí­a la pecaminosidad de su acto, pero no luchó contra el pecado y llegó a asesinar al recto más grande de todos los tiempos. Vamos al terrible banquete de Herodes cada vez que, en lugar del bien, elegimos el mal, los placeres carnales, pecaminosos, la falta de misericordia, la falta de atención a nuestras almas.

Comenzando por lo pequeño, ya es difí­cil detenerse, y si no recapacitamos a tiempo y no esforzamos, podemos alcanzar los pecados y crí­menes más grandes, a los cuales les siguen el tormento eterno. Por eso ahora San Juan el Bautista nos llama a cada uno de nosotros diciendo: 'Arrepentí­os, el reino de los cielos se ha acercado'. Arrepentí­os para disfrutar en las moradas brillantes y eternas de la cena del Cordero, quien fue ofrendado por los pecados de todo el mundo; y no para compartir con el diablo del banquete de la ira y el tormento en el inframundo y en la oscuridad total.

 
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