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13 de octubre de 2023

El Manto Celestial que nos cubre

Hoy recordamos la maravillosa visión ocurrida en la iglesia de Vlaherna, Constantinopla, a principios del siglo X. En aquellos días, los sarracenos atacaron Bizancio, la destruyeron y saquearon. En la iglesia de Vlaherna, donde se conservaba el Manto de la Madre de Dios y su cinto, durante la celebración de la Vigilia Pernocturna rezaba un gran santo de Cristo, San Andrés, loco a causa de Cristo. Durante la oración elevó sus ojos al cielo y vio acercándose por el aire a nuestra Santísima Madre de Dios, resplandeciente de luz celestial, rodeada de una asamblea de santos y ángeles y acompañada por el Santo Precursor y Bautista Juan y el Santo Apóstol Juan el Teólogo. La Santísima Virgen oraba fervientemente por el pueblo con lágrimas en los ojos, luego entró al altar y se arrodilló ante el Trono de Su Hijo y Dios. Al salir del altar, tomó su velo que relucía más que los rayos del sol y lo extendió sobre el pueblo orante y se volvió invisible. Temiendo que esta visión fuera un engaño del enemigo, San Andrés le preguntó a su discípulo Epifanio que estaba a su lado: “¿Ves tú también, hermano, a la que es Reina y Señora, rogando por todo el mundo?” Epifanio respondió: “La veo, santo padre, y estoy atónito”. De este modo, para confirmación y veracidad la visión tuvo dos testigos. La verdad de la visión también fue confirmada con los hechos posteriores: los sarracenos fueron vencidos.

Esta visión demostró aquello que siempre ocurre en la Iglesia Celestial, que constantemente ruega por la Iglesia terrenal. Por nosotros rezan los ángeles, los santos y, por sobre todos ellos, la Madre de Dios. La visión de san Andrés ocurrió a principios del siglo X, pero que la Madre de Dios cubre al mundo con Su Manto ya les fue revelado a los hombres desde la remota antigüedad. El Patriarca Jacob del Antiguo Testamento vio la misteriosa escalera que llegaba de la tierra al cielo y por la cual ascendían y descendían los Ángeles de Dios, y en cuya cúspide se encontraba el mismo Dios.

¿A quién podía representar esta escalera sino a la Madre de Dios, la cual unió al Dios Altísimo con los habitantes de la tierra por medio de la encarnación por Ella del Hijo de Dios? ¿No ascendían y descendían acaso los Ángeles de Dios por esa escalera para cumplir la voluntad de Dios de salvar al género humano, como lo dice el santo apóstol, «¿Acaso no son todos espíritus servidores, enviados para ministrar a favor de los que han de heredar la salvación?»? (Heb. 1, 14). O como dice acerca de esto mismo David, el Salmista: «El ángel del Señor acampa en derredor de los que Le temen, y los libra». A San Andrés le fue revelado lo mismo que ya había visto el Patriarca Jacob, - los habitantes del Reino Celestial sirven para la salvación de los hombre, como el ejército de Dios, acampado a su alrededor (Génesis 32, 1-2; Salmo 33, 8), y ante todo es esa misteriosa Escalera, la Madre de Dios, la que sirve para esa salvación, como quien ayuda a los Ángeles a subir y descender para servir a la salvación del género humano.

Moisés, legislador del pueblo hebreo, recibió de parte de Dios la orden de construir el Arca de la Alianza cuya tapa superior estaba signada de Querubines. Nuevamente, ¿a Quién representa el Arca de la alianza sino a la Madre de Dios, «arca animada» de lo sagrado? Toda el arca recordaba el gran misterio de la Encarnación de Dios, de quien fue servidora la Madre de Dios. El recipiente que se conservaba en el arca con el maná (ya que en el Templo del Antiguo Testamento contenía el maná, que Dios les enviaba a los hebreos en el desierto), es una preimagen de la Madre de Dios, que contuvo en sí «el pan de la vida, que descendió del cielo» (San Juan 6, 51), y que es la carne de Cristo que recibimos a través de la Madre de Dios. La vara de Aarón que floreció significaba que de la infértil raíz de la humanidad, crecerá la vara – la Madre de Dios, de quien vendrá la Flor de la vida, Cristo, que con los frutos de la vida espiritual enriqueció el universo. Las Tablas de la Ley también indicaban al «Verbo de la vida en el seno de Quien lo cobijó». El Arca era lo más sagrado, delante de la cual se elevaban las oraciones. Delante del Arca, oculta tras una cortina, incensaba el sacerdote mientras se llamaba al pueblo a exclamar: «¡Exaltad al Señor, nuestro Dios! Postraos ante el estrado de sus pies, porque Él es santo» (Salmo 98, 5). La tapa del arca era aspergida por el Sumo Sacerdote con la sangre propiciatoria una vez al año, el día del lavacro cuando entraba al Santo de los Santos.

Si el Arca era lo más sagrado en el Antiguo Testamento en el momento en que se elevaban las oraciones a Dios, ¿acaso no señalaba esto claramente que ese intermediario en el Nuevo Testamento le pertenecerá al Arca animada, la Madre de Dios? ¿No testimoniaban los Querubines sobre la tapa del Arca que los habitantes celestiales serían los acompañantes -en presencia y en servicio- de esa elevación de oraciones del Arca del Nuevo Testamento? San Andrés vio a la Madre de Dios, acompañada por el Profeta y Bautista Juan y San Juan el Teólogo, - en lugar de los Ángeles incorpóreos aparecieron dos personas que llegaron a la dignidad angelical.

Además de estas imágenes también estaba la palabra profética directa y divina sobre la intercesión en la oración de la Madre de Dios: «está la Reina de pie a tu derecha» (Salmo 44, 10). ¿Ante Quien se puso de pie? ¿Ante qué Trono? Eso lo menciona antes el salmo: «Tu Trono, ¡oh Dios!, es eterno y para siempre; cetro de justicia es el cetro de Tu Reino… por eso te ha ungido Dios, Tu Dios, con aceite de gozo, más que a tus compañeros» (Salmo 44, 7-8). ¿Qué Reina podía presentarse de pie ante el Trono Celestial de Cristo Rey? ¿No es solo la Madre de Dios? ¿Y para qué se presentó si no es para, al entrar en la Gloria real, elevar oraciones de intercesión por los pecados humanos, como se dice en el mismo Salmo: « y los más ricos del pueblo imploran Tu favor ante Tu rostro» (Salmo 44, 13).

Si el propio Cristo se presentó ante el Trono de Su Padre Celestial «en los días de su vida en la carne, habiendo ofrecido ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas A Quien lo podía librar de la muerte, fue oído por Su devoción... llegó a ser Autor de eterna salvación para todos los que Lo obedecen» (Heb. 5, 7-9), ¿no resulta comprensible que también la Madre de Dios debía presentarse ante el Trono de Su Hijo con lágrimas, como la vio San Andrés?

Si todo esto les fue revelado a los hombres del Antiguo Testamento, ¿podía acaso quedar oculto de San Juan el Teólogo quien vio el misterio en el Nuevo Testamento? En verdad, al representar las calamidades que asolarán al universo en el futuro, también ve que aparecerá en el cielo el Arca de la Alianza en la Iglesia celestial. ¿Qué Arca es y de dónde aparece, si en el segundo templo de Jerusalén construido cuando los hebreos volvieron del cautiverio en Babilonia, el Arca de la Alianza ya no estaba? El tiempo de las preimágenes había acabado y la Verdad ocupó su lugar, en lugar del arca hecha con manos humanas, apareció el Arca dotada de alma, la Madre de Dios, que superó infinitamente a Su preimagen. ¿No se le apareció acaso al Apóstol Juan la Madre de Dios en el cielo en la imagen de un Arca, para alejar y apaciguar los truenos y rayos de las calamidades que se avecinaban sobre el mundo? Y el visionario de los misterios, como queriendo explicar la visión del Arca, prosigue: « Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida del sol y con la luna debajo de sus pies, y sobre su cabeza una corona de doce estrellas» (Apocalipsis 12, 1). ¿No es acaso esta mujer la Madre de Dios vestida del Sol de la verdad de Cristo, quien también entró en su Gloria Divina? ¿No es acaso la luna debajo de Sus pies, la imagen de la gloria terrenal y pasajera vencida por Ella, que es un mero reflejo de la Luz verdadera que ilumina a toda persona que llega al mundo (Juan 1, 9)? ¿No son las doce estrellas en la corona sobre Su cabeza los apóstoles de Cristo, la mejor corona y adorno de la Iglesia que es la Madre de todos los hijos, nacidos del Padre y adoptados por Cristo desde la Cruz de la Madre de Dios, Quien como Madre de la vida fue el comienzo de la Iglesia? ¿Y no apareció acaso la Mujer en el cielo vestida del sol para interceder por la adopción de Sus hijos que debieron pasar por todos los tormentos del nacimiento para encontrar la verdadera paz y calma en el Trono de Dios (Apocalipsis 12, 2-5)?

¡He aquí, además de la visión de San Andrés y Epifanio, cuántos testimonios del Manto Protector de la Madre de Dios que contiene al propio Verbo Divino hay en el Nuevo y Antiguo Testamentos! La nube de testigos celestiales, que además son tan antiguos, ¿no debe acaso fortalecer nuestra regocijante firmeza en la eterna verdad de la luminosa y regocijante visión de la que fueron dignos San Andrés y Epifanio? ¡Cuán regocijante es para el corazón de los fieles que en la oscuridad de las penas y calamidades que asedian al hombre por doquier, que con frecuencia hasta parecen no tener salida, siempre puede penetrar el rayo de la regocijantes luz celestial! Las oraciones y esfuerzos de los hombres espiritualmente débiles a veces no logran disipar esa oscuridad, ¿pero es acaso en vano la intercesión de la Madre de Dios, ante Quien Su propio Hijo Divino aparece como Deudor?

Su intercesión aliviará grandemente las penas y tragedias de nuestra vida. Si estas son imprescindibles como amarga medicina salvífica contra las enfermedades espirituales más peligrosas, la Madre de Dios nos ayudará a llevar estas amarguras, hará que causen su efecto sanador. Su intercesión puede reducir la medida de las penas que nos fueron predestinadas en esta vida, iluminarnos con los rayos de la verdadera felicidad celestial.

El Manto Protector es invisible, pero aún lo invisible puede ser perceptible. Si miráramos nuestra vida con más atención, veríamos entre cuántas trampas y calamidades caminamos, pero no caemos en ellas de una manera milagrosa.

A veces nos aparece un pensamiento salvador sin que sepamos de dónde viene y nos ayuda a encontrar la salida de las calamidades que nos oprimen de todos lados. A veces nuestros deseos encuentran obstáculos inesperados y estamos listos para comenzar a murmurar, a irritarnos, pero después con gran sorpresa notamos que una mano invisible nos salvó de un mal mayor a través de estos obstáculos. A veces encuentros o circunstancias inesperados parecerían casualmente cambiar los planes que hemos hecho hace mucho tiempo, y repentinamente reconociendo lo pernicioso de nuestros planes, estamos listos para decir: «El hombre propone, pero Dios dispone». Y cuántos casos más podemos notar de la invisible guía de nuestra vida, ver con los ojos de la fe el Manto Protector desplegado sobre ella!

Debemos guardar y revivir en nuestros corazones la fe en ese Manto, sin la cual perderemos la luz de la vida, nos quedaremos indefensos entre los hombres y las circunstancias que nos son adversos, porque todos alrededor se preocupan solo de sí mismos, mas los habitantes celestiales se preocupan por sus hermanos menores, que padecen durante la navegación de la vida, que sufren constantemente naufragios y no logran llegar al muelle salvador.

Clamemos cada vez más y con mayor frecuencia y fe a los moradores celestiales y a la Madre de Dios oremos: «Cúbrenos con Tu honorable Manto y sálvanos de todo mal, rogando a tu Hijo y Cristo Dios nuestro» (Tropario de la festividad del Manto Protector de la Madre de Dios).

Tver. 1 de octubre de 1928 Santo Mártir Священномученик Tadeo (Uspensky), Arzobispo de Tver (+1937)

 
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