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14 de febrero de 2024

La Presentación de nuestro Señor en el Templo

Sermón del Metropolitano Filaret (Voznesensky)

Al realizar la obra de nuestra salvación, la salvación del género humano, nuestro Señor Jesucristo recorría los campos y los caminos de la Tierra Santa de Palestina, predicando, haciendo milagros y curando, y más de una vez dijo «No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas: no he venido para abrogar, sino a cumplir» (San Mateo 5:17). Los Santos Padres indican que Sus palabras tienen un doble significado. En primer lugar, Él vino para «cumplir» – llevar a su plenitud la Ley del Antiguo Testamento. En este sentido, la palabra utilizada en eslavo, en ruso significaría – completar, llevar a su plenitud. Al mismo tiempo, Él mismo era un cumplidor de esa ley que le fue dada a Moisés, en otras palabras, Él mismo cumplía con Su propia ley, dando el ejemplo a los fieles de cómo se debe cumplir esa ley.

Probablemente hayan leído en el Evangelio que el Señor dijo una vez: Empero más fácil cosa es pasar el cielo y la tierra, (dejen de existir) que frustrarse un tilde (una pequeña línea desaparezca) de la ley, es decir que no se cumpla hasta que no se cumpla todo el resto (San Lucas16:17).

En esta festividad, cuando la iglesia canta «El Verbo del Padre sin principio, recibiendo un principio temporal, sin despojarse de Su divinidad, es llevado voluntariamente por Su Madre Virgen al Templo de la Ley como un niño de cuarenta días. Y Simeón Lo toma en sus brazos», el Señor nos da el ejemplo del cumplimiento de la ley.

El anciano Simeón, quien según el Evangelio era recto y piadoso, a tal punto que se dice directamente – «el Espíritu Santo era sobre él» (San Lucas 2:25) – que el Espíritu Santo moraba en él – por el llamado del Espíritu fue al Templo del Señor y vio al Niño y Lo tomó en sus manos.

La Iglesia dice en nombre del pequeñísimo Niño, sostenido en las manos de la Muy bendita Virgen María y que fue recibido por el anciano Simeón en sus temblorosas manos longevas: «No Me sostiene el anciano, sino que Yo lo sostengo, al que Me pide que lo deje partir». Ya que el anciano Simeón, iluminado por el Espíritu Santo, sabía que ese Pequeño Niño que estaba en sus brazos era el Soberano de todo lo existente. Por eso se dirige a Él diciendo: «Ahora despides, Señor, a Tu siervo en paz, conforme con Tu palabra» (San Lucas 2:29). Así es como «en paz» partía este recto anciano de este mundo.

Nosotros sabemos, empero, que partiendo en paz, él no le hizo una predicción pacífica a Aquella de quien recibió a este Santísimo Niño. Ya que dirigiéndose a la Muy Bendita Virgen María, el recto Simeón dice y Le predice que habrá un tiempo cuando una lanza atravesará Su corazón, es decir, que ella vivirá tal dolor que no se puede describir con ninguna otra palabra; un sufrimiento y un dolor que como una lanza, como una espada traspasará Su santísima y purísima alma. Según la tradición de la iglesia, la misma Purísima Virgen María luego diría que después de esta profecía de San Simeón, aunque tuvo momentos alegres y luminosos en Su vida, sin embargo, Ella siempre vivía en trémula espera de que en cualquier momento se cumpla esa terrible predicción; pero pudo comprender esa profecía en su plenitud solo cuando estuvo ante la Cruz de Su Hijo, compartiendo la crucifixión con Su corazón de madre...

Empero bendito fue el recto anciano que pudo decir que partía en paz. Con muy poca frecuencia se dice en la Santa Biblia de los santos de Dios del Antiguo Testamento que el Espíritu Santo era sobre ellos. Sin embargo, esto fue escrito sobre el recto Simeón. Y también se sabe por la tradición de la iglesia que era un hombre muy anciano que había llegado a una edad muy avanzada, habiendo pasado hace mucho tiempo los límites ordinarios de la vida humana, ya que él ya era anciano cuando 270 antes del nacimiento de Cristo traducía el Libro de la profecía de Isaías; y que cuando llegó a la oración «He aquí que la virgen concebirá, y parirá hijo, y llamará su nombre Emmanuel» (Isaías 7:14), decidió que había allí un error, y quiso borrar la palabra 'Virgen» y reemplazarla por una palabra que significaba «mujer casada» (dado que concebirá y parirá un hijo), pero un Ángel retuvo su mano y le dijo: «Cree a las palabras y las verás cumplidas». El anciano creyó y toda su vida mantenía la llama de esa fe ardiendo. ¡270 años! ¡Cuánto tiempo esperó! ¡Cuántas generaciones pasaron ante sus ojos, nacían, crecían, envejecían y morían , y él seguía viviendo firme en su fuerte fe// ardiendo en su firme fe. Y la profecía del ángel finalmente se cumplió y Él recibió al Creador de Todos en sus ancianas manos.

El ejemplo de vida santa del recto Simeón, debido a su extraordinaria longevidad, tiene, por supuesto, un carácter especial. Pero debemos recordad que todos debemos desear un final así de pacífico y agradable a Dios, como con el que murió entonces el recto Simeón y la cual mencionó en su última plegaria.

No en vano rezamos en todos los oficios: «un cristiano fin de nuestra vida, sin dolor, sin remordimiento, pacífico...» Por supuesto que todos rezamos así, pero en sus condiciones externas nuestra muerte no ocurre de la misma manera. Solo Dios sabe qué muerte le debe mandar a cada uno y cuándo cortar el hilo de la existencia humana y apagar la luz de vida que Él encendió. Solo Él sabe cuándo hay que apagarlo, pero en todo caso, la muerte del recto Simeón nos debe servir de recordatorio de nuestra propia partida. Que el Señor conceda que cada uno de nosotros reciba de Dios un final así, que aunque no sea sin dolor (ya que a veces la enfermedad antes de la muerte santifica e ilumina al hombre), al menos que sea sin remordimiento y cristiana – pacífica. Amén.

 
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